Lo más probable es que Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963) no quiera llegar a nada. Es posible incluso que no aspirando a nada construya una literatura que, tachada en numerosas ocasiones como “literatura basura”, tenga que ser citada junto a la de sus admirados John Fante, Bukowski o Carver. Casi nada. Hay en cualquier caso algo que llama poderosamente la atención en los textos de Fadanelli, infinitamente más apto para el relato corto que para la novela, escritor habilidoso en las distancias cortas. Estas palabras tratan de explicar en qué consiste ese algo.
Tanto en La otra cara de Rock Hudson como en Compraré un rifle, textos disímiles pero que convergen en una parecida posición discursiva que proporciona un estilo lacónico característico, Fadanelli carga las tintas gracias a unos textos malditos, rebosantes de improperios, ex abruptos y otras lindezas, teniendo siempre en el punto de mira la vida sexual de sus personajes. Aquellos que quieran ver en este autor huidizo e inclasificable la muestra de una literatura que en muy pocas palabras sea capaz de proporcionar la cruda imagen de unas vidas poco edificantes tendrá aquí los más inequívocos argumentos. No debemos dejar de anotar lo que nos parece el epicentro de uno y otro libro, a saber, la terrible lucidez del narrador, nunca maniqueo. Tras la pobreza, la sordidez, la violencia verbal de la que participan la mayoría de sus personajes y, en fin, la naturaleza errática y trivial de México, aparece la imagen más perfecta del dolor.
En una carta de 1904 Franz Kafka afirmaba que necesitamos “libros que caigan sobre nosotros como un golpe dolorosísimo… un libro tiene que ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de nuestro interior.” Quizá excesivas –Kafka siempre sale ganando- estas palabras del escritor de Praga dibujan, no obstante, lo que nos parece una virtud en Fadanelli: es un escritor implacable a la hora de mostrar todas las puertas que conducen a ese agujero. Todos sus personajes, ambos libros, están constantemente atentos para enseñarnos que el infierno del que participan estos pobres diablos no es sino nuestra propia pesadilla.