El referente histórico y complejo del dictador ha estimulado la imaginación colectiva de America Latina y ha permitido que varias generaciones de lectores conociéramos la verdad lacerante de esas figuras. Autores como Carpentier, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa o Roa Bastos han mostrado el lado más sombrío de un referente indisociable de la historia del continente americano. En este mismo sentido, Mauricio Electorat (Santiago de Chile, 1960) ha querido construir en La burla del tiempo, Premio Biblioteca Breve 2004, un pedazo de la historia reciente de Chile, dando voz a una jovencísima generación de chilenos que quisieron cambiar el rumbo de su país en plena dictadura de Pinochet. No se ha diseñado esta novela para mostrar el perfil de un dictador sino que Electorat ha preferido exhibir el clima de un país ahogado por el brazo opresor y silencioso de una dictadura en pleno apogeo. Acierta el jurado del premio porque La burla del tiempo es una meritoria novela que presenta un mundo novelesco propio, una escritura original y una estructura arriesgada.
La novela de Electorat se convierte en un territorio discursivo en el que el montaje, la polifonía y la compilación desempeñan funciones esenciales que el lector, sin demasiado esfuerzo, puede ir componiendo. La burla del tiempo dispone acertadamente dos historias que discurren de forma paralela -como antaño Faulkner había planteado en Las palmeras salvajes-. El lector irá armando esas dos tramas que tienen como eje central la figura de Pablo Riutort (¿es su país un “río torcido” y a la deriva?) y su viaje de vuelta a Santiago de Chile, proveniente de París, para asistir al entierro de su madre. Como si de un resorte anclado en el recuerdo se tratara este traslado activará la memoria para contar las dos tramas: la lucha de unos jóvenes en la izquierda clandestina en Chile y el exilio en París años después y su encuentro con un compañero de universidad.
Esta ficción recuerda la misma dirección que Cortázar abrió con su Rayuela y que Bryce Echenique escenificó con Un mundo para Julius, a saber, aquella que catapultó a estos dos escritores como maestros del “coloquio narrativo, en la intimidad hablada con el lector.” Sin tanta complicidad como en aquellas dos novelas, pero con un envidiable firmeza estilística –no hay altibajos expresivos en su escritura-, Electorat expresa la voz de esa generación hasta ahora apenas dibujada y lo hace desde un rumor anclado en una oralidad que al lector le seduce paulatinamente. Esa es la piedra de toque: registrar lo hablado para convertir su historia personal, que es también la de Chile, en un teatro de la memoria capaz de dinamitar el recuerdo en pura materia narrativa. Dinamismo, fluidez y digresiones temporales sugieren el rostro cambiante de una novela empeñada en evitar el peso del tiempo a sabiendas que a Cronos difícilmente se le puede burlar.