Hay una violencia cotidiana, sin motivos aparentes, que bajo una manto silencioso de dolor compartido un solo país es capaz de nombrar: Colombia. Es en Colombia donde parecen fosilizarse todas las formas de la violencia, perdiendo su carácter de excepcionalidad para convertirse en instrumento de la cotidianidad. Esa violencia ha permitido que se desencadene en ese país una fértil literatura vinculada estrechamente al terreno de la barbarie: Gabriel García Márquez o Fernando Vallejo son prueba evidente de ello. Ahora el Premio Alfaguara de novela 2004 festeja la obra El delirio de Laura Restrepo (Bogotá, 1950), texto de una urdimbre imaginativa que se sustenta en dos grandes pilares: la violencia y locura. No es la primera ocasión en que la periodista y narradora colombiana atisba el terreno de lo violento. Leopardo al sol, su mejor novela, ya nos había permitido conocer la lucha fraticida de dos familias de narcotraficantes.
Desde cuatro voces narrativas distintas la novela explica la historia de un hombre, Aguilar, que tras un pequeño viaje regresa a su casa para comprobar que su mujer, Agustina, ha enloquecido. Pero a esas dos voces se le suman la de Midas McAlister y la de Nicolás Portolinus, antiguo novio y abuelo de Agustina respectivamente. De esta manera Restrepo consigue focalizar un relato en cuatro planos que dan cuenta tanto de la violencia que por todos lados asoma como de la locura que parece silenciar al abuelo y a la nieta. Hay en toda la novela una sensación de que algo anda retenido y la escritura de Restrepo es excelente a la hora de mostrar ese clima a punto de estallar donde “las llaves de la destrucción sólo resplandecen e infunden terror mientras permanecen ocultas…”
Delirio es una novela peculiar en el estilo y sugestiva en la estructura. Un estilo oral, dinámico, dialogante y dialogado; una estructura que alterna incesantemente esos cuatro planos narrativos distintos para conseguir armar una imagen poliédrica de la situación que asola a cada uno de los personajes: sabemos de unos y otros a través de las palabras cruzadas que se nos van contando. Sin que la violencia desborde la escritura de Restrepo esta novela, con guiños de relato policial -¿por qué Agustina se ha trastornado?-, no está exenta de humor, la otra cara del dolor y la soledad que Agustina, su abuelo, McAlister y Aguilar representan. Es extraordinario como Restrepo consigue comunicar la soledad de este último: “¿Sueñas, Agustina, o sólo nadas en un mar de niebla? ¿Estás sola y blindada dentro de tu pequeña muerte, o hay un resquicio por donde pueda entrar a acompañarte?”
Muchos fantasmas asolan a Colombia pero Laura Restrepo parece querer decirnos que lo primero es exorcizar el fuego de la locura que conduce a la violencia. Y después sólo queda ver cómo termina la representación, incluso para el todopoderoso Pablo Escobar: “y ya cayó el telón, hasta el mismísimo Pablo un fantasma, y fantasmal por completo este país; si no fuera por las bombas y las ráfagas de metralla que resuenan a distancia y que me mandan sus vibraciones hasta acá, juraría que ese lugar llamado Colombia hace mucho dejó de existir.”