México se conoce a sí misma a través de la Revolución, ese largo y tortuoso camino que nació como un movimiento contra la dictadura de Porfirio Díaz y que terminó convirtiéndose en un documento privilegiado de cómo un país da a luz a sí mismo. Ese proceso revolucionario fue en realidad un huracán colectivo que arrastró a todo el país y que ofreció al final su verdadero rostro: un baño de sangre y venganzas políticas que entregó finalmente su identidad perdida. El ciclo narrativo llamado “la novela de la Revolución Mexicana” dibujó el semblante de ese rostro disipado y mostró los rasgos velados de la comunidad nacional. Nunca antes la ficción había construido tan cabalmente la imagen verdadera de un país tan maltrecho y desorientado.
La estrella indiscutible es Mariano Azuela con su novela emblemática Los de abajo, publicada en 1915, –en palabras de Fuentes “la Ilíada descalza”- y que es el primer gran retrato al calor de la Revolución todavía en marcha. El subtítulo (“Cuadros y escenas de la revolución mexicana”) indica ya la estrecha relación que hay entre la experiencia, el documento y la imaginación. Azuela abrió camino a una serie de novelas que son la épica popular con su dolor a cuestas, la memoria personal de un país bañado en sangre, la reflexión moral y política del rumbo y destino de una revolución inagotable, documento casi sociológico y crítica mordaz al rumbo que el país estaba tomando.
Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, Mauricio Magadaleno con El resplandor, José Rubén Romero con Mi caballo, mi perro y mi rifle, La vida inútil de Pito Pérez y Apuntes de un lugareño, Gregorio López y Fuentes con El campamento, Tierra y ¡Mi general!, José Mancisidor con Frontera junto al mar y El alba en las simas, José Guadalupe de Anda con Los cristeros, Rafael F. Muñoz, Vámonos con Pancho Villa, José Vasconcelos con Ulises criollo, Francisco Urquizo con Tropa vieja, José Revueltas con El luto humano, Jesús Goytortúa Santos con Pensativa y Agustín Yánez con Al filo del agua se configuran como novelas clásicas de este ciclo narrativo. Carlos Fuentes con La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz y Gringo Viejo, Juan Rulfo con El llano en llamas y Pedro Páramo, Fernando Del Paso con José Trigo o nuestro Valle-Inclán con Tirano Banderas novelan el fantasma de un pasado doloroso y el incierto murmullo de una ilusión perdida.