Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) es un autor inusual: hábil para ofrecernos un delirio enciclopédico en Una historia de la lectura (Alianza, 1996), diestro para celebrar las palabras y el mundo en En el bosque del espejo (Alianza, 2001) y sagaz para provocarnos en la insólita Guía de lugares imaginarios (Alianza, 1992). El universo mental de Manguel son, pues, los libros, los libros y los libros: es sabido que su prestigio le viene por ser un puntilloso lector.
Manguel ahora se presenta con esta narración que es una fiesta para el lector, tan maltratado a menudo y aquí celebrado como individuo inteligente. Lo extraordinario de esta narración resulta de la simplicidad, de la falta de argumentos laterales que desvíen la atención del lector y de la inusitada y sorprendente economía de las palabras que Manguel maneja y que aprendió de Borges, su modelo para armar a su minucioso lector: Anatole Vasanpeine. Manguel nos entrega como “estudio” verídico lo que no es otra cosa que un exquisito ejercicio de invención narrativa. En El amante extremadamente puntilloso Manguel narra la vida de la saprofita, “equivalente biológico de Anatole Vasanpeine… planta cenicienta y reservada… que busca sustento en lo que ya no existe.” Narrar lo que ya no existe sino como detalle de la totalidad gracias al ojo que todo lo ve ha sido la pretensión de Manguel. Vasanpeine aprende el arte de la fotografía y entonces ve “el mundo como fragmentos identificables cuya autonomía reconocía sin recurrir a una abarcadora Gestalt.” Dedica todos sus esfuerzos a esta tarea inútil –reconocer(se) en los detalles, captarlos fotográficamente- hasta que un “día… su concentración se desplazó, su puntilloso ojo alteró el foco”: Vasanpeine se había enamorado.
El amante extremadamente puntilloso es una arrebatadora defensa de la lectura detallista que Nabokov describía así: “Debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos. Nada tiene de malo las lunáticas sandeces de la generalización cuando se hacen después de reunir con amor las soleadas insignificancias del libro.” Manguel ha construido una memorable paráfrasis de estas palabras.