Cuando en 1958 Mario Vargas Llosa obtiene la beca de estudios “Javier Prado” -que consistía en un viaje para realizar estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid- ni él mismo sospechaba que aquel chico de veintitrés años se graduaría como doctor en Filosofía y Letras trece años después gracias a una tesis sobre un escritor colombiano y amigo personal que había convulsionado la literatura con una novela llamada Cien años de soledad.
La escritura de textos de preocupación crítica ha sido en la trayectoria de Vargas Llosa una inquebrantable tarea que le ha ocupado tanto como la escritura de textos novelísticos y dramáticos. La elaboración de García Márquez: historia de un deicidio, publicada en 1971, se produjo durante una época especialmente fructífera para él. En 1969 vería la luz la Carta de Batalla por Tirant lo Blanc y en 1975 su homenaje a Flaubert, La orgía perpetua. Esta tríada ensayística -que completará muchos años después con La tentación de lo imposible: Victor Hugo y Los miserables– estaba dando cuenta, en realidad, de una triple teoría creativa: la literatura como insurrección permanente, la creación como realidad autónoma y la novela como artefacto ‘total’. Sobre estos tres pilares Vargas Llosa escribirá su tesis doctoral, dirigida por Alonso Zamora Vicente, sobre el Nobel colombiano.
La tesis principal del libro la explicitaba así en la página ochenta y cinco, en la segunda parte del primer capítulo: “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de sustitución por la realidad ficticia, que el novelista crea. Éste es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida y el mundo tal como son (o como cree que son). La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida; cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad.” Vargas Llosa no sólo estaba escribiendo sobre otro escritor: lo estaba haciendo sobre sí mismo. Al escribir sobre la obra de García Márquez, estaba leyéndose a sí mismo.
En contra de las tesis encabezadas por Roland Barthes, que había pronunciado la muerte del autor, Vargas Llosa construía entonces un texto crítico que pretendía mostrar “qué es un novelista y cómo nace un mundo de ficción” destacando en la vida y obra de García Márquez los aspectos que son comunes a un creador de ficciones. En 1971 era un ensayo atrevido porque contradecía “el principio teórico de moda según el cual la obra literaria debe ser analizada con prescindencia total de su autor.”
Historia de un deicidio consta de dos partes. En la primera, “La realidad real” que ocupa de la página trece a la doscientas diecisiete, Vargas Llosa pasa revista a la vida de García Márquez en dos planos: la realidad como anécdota y la teoría del novelista y sus demonios (teoría que Ernesto Sabato ya articuló en El escritor y sus fantasmas en 1963): los personales, los históricos y los culturales que el novelista deicida resuelve en sus textos. En la segunda, “La realidad ficticia” que ocupa cuatrocientas cuarenta páginas, Vargas Llosa desmenuza la totalidad de la obra de García Márquez, desde los primeros cuentos hasta la exitosa novela sobre Macondo. Sus análisis de los cuentos, de El coronel no tiene quien le escriba, de Los funerales de la Mamá Grande, de La mala hora, del cuento El mar del tiempo perdido y, finalmente de Cien años de soledad dan cuenta del afán totalizante con el que Vargas Llosa desvela sus demonios y los de García Márquez. El libro termina con una profusa bibliografía de y sobre García Márquez.
Muchos años después estuvieron frente a frente. Un encuentro desafortunado provocó que Vargas Llosa retirara de la circulación el libro e impidiera su reedición. Su inteligencia crítica acababa de descifrar no los pergaminos de Melquíades, pero sí la poética del que hasta el momento era su gran amigo. Entre ambos surgió un hielo y cien soledades que sus lectores todavía no hemos podido resquebrajar. El resto es literatura.