Cuando recientemente escribíamos a propósito de Un episodio en la vida del pintor viajero de César Aira (Coronel Pringues, Argentina, 1949), “sospechamos secretamente que este es el libro más personal y más literario porque es el que con mayor belleza ha contado hasta ahora el modus operandi de Aira: la fábula del milagro artístico, el mito de un procedimiento artístico –contar un relato- que valora por encima de todo el proceso más que el resultado”, no sabíamos que con Parménides Aira daría una vuelta de tuerca a su dilatada trayectoria como novelista y dejaría en entredicho aquellas palabras. Aira formula aquí una pregunta que todo escritor anda empeñado en responder: ¿por qué escribir?, pregunta que allí se concretó en ¿cómo pintar?
El pretexto que origina toda la reflexión gravita sobre Parménides quien recurre a un escritor que domina el oficio para que le escriba un libro. Enfrentándose a sí mismo, Aira dibuja un personaje para quien “el libro era el libro ya hecho, no el proceso de hacerlo.” Perinola, escritor que no escribe, es contratado para escribir “un libro que preservara el tesoro de su experiencia [la de Parménides], que conjugara sus ideas sobre los seres y los hechos del mundo.” Años de conversaciones baldías no le permitirán saber a Perinola de qué va el libro que tiene que escribir y por el que le pagan suculentos honorarios. Perinola empieza a sospechar que no escribir el libro, “no hacerlo era hacerlo de verdad, en la realidad. La explicación de esta paradoja debía estar en el estatuto de la literatura respecto del mundo real.” Gracias a la no escritura del libro del otro, Perinola escribe el suyo y aunque no supiera “qué libro quería”, estaba frente a la paradoja definitiva que Aira enuncia así en este libro poderoso: “todos los escritores hacían lo mismo, y gracias a ese punto ciego existían los libros.”