Para el flamante Premio Cervantes 2005 está siendo un tiempo fructífero en lo que a libros publicados se refiere. A los cuatro tomos de sus Obras Completas que FCE lleva publicados en México hay que sumarle unos recientísimos Los mejores cuentos (Anagrama, 2005) y una miscelánea llamada El mago de Viena (Pre-Textos, 2005). Como si no fuera poco ahora tenemos encima de la mesa dos libros más que no son estricta novedad, pero que vienen a configurar una imagen precisa de lo que Sergio Pitol (México, 1933) significa para el mundo de las letras.
En primer lugar un libro que lleva un título muy acorde con el mundo de Pitol, Soñar la realidad, y que es una cumplida aproximación a su obra. El libro contiene, en realidad, tres libros que, aunque no sean textos nuevos, pueden ser leídos como un novedosa relectura circular a su universo literario.
El primer círculo tiene que ver con su vida y sus viajes, que Carlos Monsiváis, su mejor intérprete, ha inmortalizado así: “Los viajes como cacería de imágenes novelables.” La vida es literatura y la literatura la excusa perfecta para proclamar a los cuatro vientos que su escritura es ese viaje donde todas sus lecturas se plasman y se celebran. Nos las habemos aquí con textos tan decisivos para una atenta lectura del universo Pitol como ¿Un Ars Poetica?, La marquesa nunca se resignó a quedarse en casa o Sueños, nada más.
El segundo, engloba algunos de los cuentos más significativos en su trayectoria, destacando el primerizo Victorio Ferri cuenta un cuento, el genial Cuerpo presente o el ensayístico El oscuro hermano gemelo. Con estos tres certificamos que para el autor de Domar a la divina garza (1988) no hay distinción entre los libros de viajes, la novela, el ensayo literario y la secreta convicción de configurar una sensación en el lector de estar leyendo unos textos que no podemos adscribir a ningún género.
El tercer círculo es especialmente sugerente: Pitol leyendo a Chéjov, Thomas Mann, Tabucchi o “El infierno circular de Flann O’Brien”, texto emblemático sobre un autor injustamente olvidado y que encendió encendidos elogios de Joyce –que lo leyó casi ciego-, Beckett, Borges, Dylan Thomas y Cabrera Infante.
Pero también hemos leído La casa de la tribu que es una ampliación del tercer círculo del libro anterior. Aparecen algunos textos que están en la órbita de sus ya conocidas lecturas sobre autores que ha leído y traducido: Gogol, Chéjov, el propio Tabucchi y otros ilustres nombres como Ronald Firbank, Patricia Highsmith, Henríquez Hureña o Ibargüengoitia. Sobre este último Pitol realiza una lectura inteligente de Los relámpagos de agosto, “un relato perfecto”, novela que “logró lo que jamás se había soñado entre nosotros: convertir la novela histórica, y la historia patria, y las figuras solemnes de la Revolución en una farsa hilarante, en una bufonada”.
Es incontestable: Pitol es un autor imprescindible, pero, sospecho que, como quería Borges, se enorgullece sobre todo de las páginas que ha leído y traducido y esconde el alma de un editor capaz de orientar el gusto de cientos, miles de lectores.