El silencio de su cuerpo acompañado
del canto de los peces.
José Lezama Lima
I
La rosa quemada en el centro solar del exilio. La soledad del canto indescifrable de un dragón amarillo hecho de pájaros inextinguibles:
La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.
II
El deseo de ir hacia la palabra: tránsito enigmático, oscuro devenir que allí, en el poema, aparece y se manifiesta en la boca húmeda del silencio. José Ángel Valente guarda en cada uno de sus poemas el secreto en geranio convertido y toda la extensión de sus prosas y relatos: la memoria de los signos en la raíz de aquello que debe ser cantado: el silencio, la nada de nadie, la palabra como modo de habitar la propia obra, el discurso crítico. Ese discurso «que solicita perpetuamente para la palabra poética un lenguaje segundo,… una hermenéutica», surge después, porque para Valente aquel conocimiento que proporciona el poema sólo en él reside: «… la teoría no es más que una contemplación de lo que la experiencia poética adelanta. Es ésta – y no a la inversa – la que impone a la escritura teórica un contenido y un rigor» (José A. Valente, ABC, 28 de junio de 1981) Una «contemplación», el ejercicio crítico, la propia hermenéutica, porque sólo así podemos comprender las razones en las que se inserta ese ejercicio: para Valente supone la apertura de su propio quehacer en el espejo de la tradición. La exploración teórica tiene principio en la extensión de su experiencia poética: san Juan, Cernuda, Unamuno, Lezama, Rilke, Celan: indagación de esas realidades poéticas, escritura ahora en forma de lectura, conjunción de la piedra arrojada por Valente en sus poemas, pero que regresa a su centro en el camino de la revelación de lector:
«La palabra poética, movimiento de aproximación al origen y – a través de los estratos de sentido – a la plétora del sentido del lenguaje, ha de solicitar más que la crítica, en el sentido antedicho, (análisis de una forma visible), el comentario, la interpretación, la hermenéutica.»
La síntesis de ambos movimientos (la propia escritura poética y el ejercicio de la hermenéutica) supone en Valente la creación de un solo espacio, entendido como experiencia (poesía) y como ciencia (hermenéutica): la globalidad de la escritura donde aquella no se puede conocer sino en el propio poema, y donde ésta significa escuchar e interrogarse en la tradición, permanecer en ella para poder transgredirla, violar sus significados y sentidos comunes:
«Toda obra personal empieza a partir de una lectura crítica de la tradición recibida. Tal es el modo según el que la obra individual es generada (el subrayado es de Valente) por la tradición a la que, a su vez, inflexiona, es decir, hace venir a la luz – alumbra – recargada de sentido.»
No son, no pueden ser sino una misma voz: la escritura de la lectura y la lectura de la escritura. El recorrido no es fragmentario. Sólo es posible iluminar esa estancia en sombras estando a la espera imposible donde nadie acude y allí donde nada acontece:
AL LENTO SOL que baja hacia la tarde
ceder, abandonarse.
Declinación.
El flujo del vivir
se ha ido deteniendo imperceptible
como el borde del vuelo o la caricia.
Aún dura leve lo que fuera huella
de su tacto tenue.
No sé si salgo o si retorno.
¿Adónde?
El fin es el comienzo.
Nadie
me dice adiós. Nadie me espera.
Entrar ahora en el poniente,
ser absorbido en la luz
con vocación de sombra.
Y tú, que me has amado, sacrifica
a las divinidades de la noche
lo más puro de mí
que en tu secreto reino sobreviva.
(Luces hacia el poniente)
III
La poesía de Valente es una gota quemada por el llanto olvidado de la memoria. Recuperarla necesita, ante todo, olvidarla, devolverla resurrecta a su tenebrosa claridad cuyo lugar está en aquella «boca incendiada». La palabra poética que solicita la propia insuficiencia, los estratos decadentes del fuego: las cenizas del lenguaje tensionadas perpetuamente en su realidad de forma. La experiencia poética es la experiencia, y la experiencia de percibir, de mirar la materia, quiere decir construir su nombre, nombrarlo para reconocerlo. Interpretación, hermenéutica visual que tiende hacia el punto cero del lenguaje. Ese punto de infinita libertad que es «la explosión de un silencio»: la destrucción como alumbramiento.
«Escribir sin escritura, llevar la literatura a ese punto de ausencia en el que desaparece, en que dejamos de temer esos escritos suyos que son mentiras, tal es «el grado cero de la escritura», la neutralidad que todo escritor busca, deliberada o inconscientemente, y que conduce a algunos al silencio.»
(Maurice Blanchot, El libro que vendrá)
Punto de ausencia, neutralidad que se convierte en palabra silenciosa: este es el impulso que atestigua el centro sumergido que ilumina la poética valentiana, a saber, la almendra corporal (mandorla) que irradia la ceremonia (el canto) allí donde las palabras se destruyen para hacerse memorables.
De forma deliberada para Valente ( y aquí la palabra forma se detiene, se interroga hacia sí y se proclama en silencio) la verdad de su lenguaje aparece fulgurantemente en la aniquilación de todo lenguaje, la fractura poética está en la letra. Su poética cifra «la luminosa opacidad de los signos» porque es allí donde la aproximación al silencio o al origen «ya no es sonido sino transparencia.» La propia comprensión busca el decir imposible donde «lo indecible como tal queda infinitamente dicho.». Su material busca, siempre a tientas («Entre la sombra,/ busca atientas/ lo inferior disparado hacia lo alto.»), la suspensión del recibir, más que del penetrar.
No es posible ser lector de su poesía, no todavía. Primero pide ser descendida como sus poemas descienden: «La creación poética es una gran descenso a los fondos oscuros de la memoria, que nos llevan a los fondos oscuros de la creación y a los orígenes de la materia. La palabra poética es la que baja hacia el interior de sí misma.» (José A. Valente, La Vanguardia, 16 de febrero de 1998) Forma única del poema que una sola forma no tiene. Tensa la palabra, se deposita o se extingue:
Forma
El residuo que sólo nos deja
lo que ha sido llama.
La materia del sueño y del tiempo
en la ardiente raíz de la dura palabra,
hecha de piedra en su luz
como queda la rosa quemada.
IV
La poesía de Valente es memoria. El canto es memoria: el espacio, como ha dicho Maurice Blanchot, donde se ejerce la justicia del recuerdo. La escritura adviene así materia destruida, quebrada, fracturada: son palabras de Valente que nos configuran en qué medida esa memoria se recupera, se escribe y se lee desde la experiencia de las ruinas, de una poesía que silencia y que hace silenciar: «y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.» Poesía ininteligible (invisible inmovilidad del punto), porque su significación es inminente, poesía inocente (germinación central de lo solar), porque allí donde se manifiesta y restituye la inocencia primigenia del lenguaje y poesía imposible (infinita quietud de lo vertiginosamente giratorio) porque «la sustancia última del canto es la imposibilidad del canto»: palabra esperma que acoge en su interior ninguna significación precisamente porque acoge todas las significaciones posibles. La justicia poética es aquí lo noble, la honestidad de participar en la batalla de la poesía, sabiendo de antemano que es una batalla perdida, pero irrenunciable. Experiencia, por tanto, de extrañamiento: la memoria de los otros soy yo: el poeta es aquel que dice la memoria de los otros porque dice la suya.
Signo. Vigilia del significante que aguarda la destrucción que antecede a todo alumbramiento de un nuevo sentido:
FRAGMENTOS que de sí dejan los cuerpos
surten desde el olvido,
despiertan en la noche hacia la blanca
aparición de un seno,
su amaneciente bulto tibio,
la imagen que desciende
por los ríos caudales del deseo
hacia el origen
de ti,
clamor de un cuerpo, cuerpos,
las formas,
fragmentos incendiados
de tu resurreción.
Signo del cuerpo en los fragmentos de la palabra. Para Valente habitamos, pero lo hacemos de manera fragmentaria. La experiencia poética restituye la aniquilación, el estado de «estar, estarse, irse», de serenidad, de abandono: «Aguardo sólo la señal del canto.» Poesía de los límites que estrecha su impulso con el decir de la palabra mística.
«Postula un imposible la palabra poética del místico. Pero también decimos que tal es, y no otra, la raíz última o cierta de la palabra poética en cuanto decir de lo imposible, de lo indecible, que lleva la palabra a su tensión máxima – arco infinitamente tendido que contiene, a un tiempo, su flecha y su blanco – al forzarla a decir en su misma precariedad, y sólo en ella, la imposibilidad del decir. Pide esa palabra el dejamiento del sentido para poder entrar «adentro en la espesura.»
Este fragmento de Variaciones sobre el pájaro y la red me parece revelador en un doble sentido. En primer lugar, porque enuncia el espacio poético donde, tal vez, la palabra poética y la palabra mística convergen: vivir según la carne, la carne hecha palabra, la contemplación de los ojos deseados, restituida por el canto imposible en la memoria. En segundo lugar, porque nos ilumina sobre cómo acontece en Valente el quehacer poético por un lado (la escritura del poema), y la hermenéutica por otro. Este texto nace de la anterior escritura de un poema, del libro Treinta y siete fragmentos:
XXXVI
(El blanco)
El arco armado y tenso une dos puntos del cír-
culo a su centro.
El hemisferio del arquero en posición de tiro es
la mitad visible de la esfera completa que la flecha
aún inmóvil ya ha engendrado.
Está el poema y está aquel fragmento sobre la palabra mística y la palabra poética: autonomía y cohesión discursiva de una obra global, con matices, pero sin fisuras, para cumplirse lo que María Zambrano ha dicho en La mirada originaria en la obra de José Ángel Valente:
«No se advierte resquicio en estos poemas y ha ido dejando de advertirse entre ellos y los ensayos y relatos – relatos que poemas son en verdad. Y este último suceso corrobora la unidad de origen que me parece radica en esa mirada que se enciende indistintamente. No creo encontrarme sola en esta consideración acerca de la ausencia de géneros en esta obra total.»
Se produce así en la obra de Valente lo que ha escrito Paul Ricoeur: «la hermenéutica se convierte en algo más que la metodología de la exégesis, o sea, discurso de segundo orden aplicado a las reglas de lectura del texto; concierne a la constitución del objeto como proceso de la palabra.» La hermenéutica pertenece al mismo proceso al que se desciende en la escritura del poema. No es sino la escritura de uno con las palabras de los otros. «¿Cuál de los dos escribe este poema/ De un yo plural y de una sola sombra?», por decirlo en palabras de Borges.
V
En su ensayo Introducción a los vasos órficos ha escrito Lezama Lima:
«Entre las ambivalencias de los dioses de la naturaleza y los efímeros y la aparición de la luz, corresponde a los humanos la aparición del canto. ¿Qué reino en la penetración nos regala la luz? ¿A qué doradas divinidades alaban las excelencias del canto? Entre esa penetración y esa alabanza, entre la luz y el canto, surge una expresión engendrada por una finalidad desconocida, que unas veces asciende con la plenitud del dios y otras desciende, en sus permanentes y acompasados paseos por las moradas subterráneas.»
El discurso poético de José Ángel Valente reside en lo que Lezama Lima llama penetración y alabanza. Entre ambos, y sólo tras la experiencia fundamental del regreso, puede el poeta fundir la materia de las palabras. Puede manifestar el descenso porque en la búsqueda de aquel «inferior disparado hacia lo alto» está el residuo (la aparición del canto). Ya hemos dicho que en la poética de Valente es de extremada importancia conocer la experiencia poética en virtud de la manifestación, de un estado poético de espera fructífera: la suspensión, el punto cero. Diríamos que son instantes, pero no importa poder medir tal experiencia en relación al tiempo. Lo que se convierte en vital es poder prolongar la posibilidad, la imposibilidad del canto:
Para que el hilo tenue tan infinitamente se
prolongue,
para que sólo quede por decir
la total extensión de lo indecible,
para que la libertad se manifieste,
para que andar del otro lado de la muerte sea
semplice e cantabile
y aquí y allá la música nos lleve
al centro, al fuego, al aire,
al agua antenatal que envuelve
la forma indescifrable
de lo que nunca nadie aún ha hecho
nacer en la mañana del mundo.
(Arietta, Opus 111)
VI
Dragón
(acoplado a la trucha
engendra un elefante)
La soledad del índice indica la llama en la garganta interior del animal. La unidad del sentido es penetrada cuando se dice para ocultarse a su vez. La latitud del Verbo es aquel río invisible de Baudelaire que desciende hasta el olvido de la materia. Ahora sólo nos queda la ceniza del canto alumbrando al pesado mamífero agrietado por
… una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.