Cuando Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953- Barcelona, 2003) abandonó su patria, es decir, su biblioteca y su hijo, dejó como herencia aquel mamotreto que tituló enigmáticamente 2666. Aquella era una novela total y sin paliativos. O estabas con ella o estabas contra ella. Era un testamento literario que con el tiempo se convertirá, si no lo es ya, en un clásico de la literatura latinoamericana. Ahora empieza la vida editorial de Bolaño post mortem, que de momento significa una miscelánea que recoge cuentos y ensayos al cuidado de Ignacio Echevarría (que acierta a la hora de dar el nombre al volumen con el título de uno de los cuentos, El secreto del mal) y un espléndido libro de poemas titulado La Universidad Desconocida que, según reza la contraportada, reúne “buena parte de la poesía que había escrito desde su llegada a España, en 1977.”
Para quien esto escribe La Universidad Desconocida será un libro tan importante en la producción de Bolaño como lo fueron Los detectives salvajes, Nocturno de Chile o el ya citado 2666. La primera parte contiene siete poemarios; en la segunda, se publican fragmentos que no me atrevo a llamar caducamente ‘prosa poética’; en la tercera y última aparecen otros cuatro poemarios. Son muchos libros en un solo libro, lo cual a Bolaño le hubiera gustado, aunque publicados por separado también le hubieran hecho bien. La experiencia poética de Bolaño es antes que nada un ejercicio límite de indagación, una búsqueda urgente y extendida de la vida vivida, de la cotidianeidad y de su gran tema: la imagen certera de aquello que nos hace hombres vivos, a saber, el cuarto oscuro de la muerte: “La muerte es un automóvil/ con dos o tres amigos.” Tanto en los poemas como en los fragmentos de prosa atravesados por el fulgor de la poesía, la escritura de Bolaño se presenta aquí como un estado de carencia y como “la velocidad necesaria del que no quiere/ sobrevivir.” Para Bolaño escribir poesía es la experiencia abisal que nace de aquel estar atento a las voces del mundo, incluso cuando se es vigilante de un camping. Leído este libro ya no sabemos si Bolaño es un narrador que escribe cuentos o un poeta que escribe novelas y cuentos en sus ratos libres. Con una extraña cadencia que hace que el verso se te cuele hasta el tuétano La Universidad Desconocida no olvida que la vida es violencia y dolor, sufrimiento y angustia, desamparo y dolencias para recordar que siempre “En el centro del texto/ está la lepra. Estoy bien. Escribo/ mucho.”
El secreto del mal reúne cuentos y ensayos en un volumen que nos devuelve la imagen impagable de un narrador de raza. Un cuentista capaz de congelar la sonrisa del lector en finales nihilistas y violentos, marca de la casa, y un ensayista de estirpe que deja boquiabierto a cualquiera por las referencias y lecturas paralelas que plantea en Derivas de la pesada o en Sevilla me mata. Pero no olviden releer cuentos como El hijo del coronel o cómo contar una historia desquiciante como si tal cosa o Laberinto, una historia descomunal relatando lo que se ve una fotografía.
¿Tengo que decir que Bolaño no está, pero que sigue más vivo que nunca?