Nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928. Inició su educación en Chile, donde compartió años de formación en un colegio inglés con José Donoso, otro escritor boom. Vivió en Washington, Buenos Aires, Río de Janeiro, Lima, Montevideo y Quito. A los 16 años arriba a México, “el país imaginario e imaginado”, para descubrir que su casa es todas las casas y que su lengua es todas las lenguas. Creció “fuera de México, en las embajadas que la lotería diplomática fue asignando” a sus padres y desde ellas sintió que perdió “ciertas raíces” y ganó “determinadas perspectivas”. México es un hervidero y empezó a alimentar su pasión por la vida nocturna de los bajos fondos: frecuentó prostitutas, magos, merolicos, exóticas y mariachis. Siempre con libreta en mano tomando notas.
Empezó Derecho en la UNAM y completó sus estudios superiores en Ginebra en el Instituto de Altos Estudios Internacionales. Desde entonces su pasión literaria convive con su pasión por la actualidad política, social y económica. Sus polémicas y provocadoras opiniones le han proporcionado un interminable ejército de seguidores y detractores.
Sostiene que “la literatura dice lo que la historia encubre, olvida o mutila” y que “la novela es mito, lenguaje y estructura”. Por aquellos años vivió “para escribir la ciudad” y escribió “para vivir la ciudad”. Sus dioses literarios son Joyce, Faulkner, Broch –a Milan Kundera le confesó que Los sonámbulos era la mayor novela del siglo-, Dos Passos – su “Biblia literaria”-, Lowry, Genet, Butor, Robbe-Grillet, Sarraute… Cree firmemente que literatura y cine están indisolublemente ligados y por eso Ciudadano Kane, el cine expresionista alemán o los melodramas norteamericanos de la década de los cuarenta influirán en sus obras.
Cuando publica La región más transparente (1958), Lezama Lima le escribe: “He encontrado a su novela fuerte y deseosa, trepidando en sus símbolos… abundante.” El título lo había tomado de la frase que pronunció Wilhem von Humboldt al contemplar por primera vez el valle de México -“La región más transparente del aire”. De su maestro Alfonso Reyes aprendió que “la disciplina es el nombre cotidiano de la creación”. Por eso escribe metódica y puntualmente de siete de la mañana a una del mediodía.
La muerte de Artemio Cruz (1962) es su segunda novela. A partir de ahí los reconocimientos se suceden vertiginosamente. En 1967 obtiene el Premio Biblioteca Breve por Cambio de piel. En 1976 el Xavier Villaurrutia. Al conseguir en 1977 el Rómulo Gallegos por Terra Nostra declara que su tarea no es explicar, “sino afirmar la multiplicidad de lo real”. De Terra Nostra nace el paradigma de su literatura que se define por su intención inclusiva y envolvente. En esa monstruosa-novela-río encierra todo lo que sabe, todo lo que le preocupa, lo que ama, lo que odia, lo que ve, lo que piensa, lo que recuerda, lo que desea, lo que detesta. Ha escrito una novela panhispánica, árabe, indígena, africana, asiática, el crisol perfecto y terrible de todos los pasados del hombre, su obsesión, la única manera de entender el presente y de afrontar el futuro. Enrique Krauze la lee como “una novela que correspondiera a la teología fílmica de Buñuel y a la imaginería del pintor Albert Gironella.” Para Fuentes es una batalla entre el lector y el escritor: “Nunca pienso en el lector. Para nada. Terra Nostra no está hecha para lectores… Cuando la escribí estaba absolutamente seguro de que nadie la iba a leer e incluso la hice con ese propósito… Me di el lujo de escribir un libro sin lectores.” Si en París el pintor Roberto Matta no le hubiera mostrado un objeto mágico y simbólico –“el mapa de plumas de la selva americana, que en realidad es una máscara”- la novela sería muy distinta. En 1979 por el conjunto de su obra recibe el Internacional Alfonso Reyes. En 1984 el Nacional de Literatura, en 1987 el Cervantes, en1994 el príncipe de Asturias y en 1992 y 2003 la Legión de Honor del gobierno francés.
Como el teólogo magistral de Cumpleaños (1969) cree que “el mundo es eterno, luego no hubo creación; la verdad es doble, luego puede ser múltiple; el alma no es inmortal, pero el intelecto común de la especie humana es único”. Su mundo es, como el arte mesoamericano, ceremonial, ritual, barroco, grotesco y cifrado. Ha escrito ensayos imprescindibles como La nueva novela hispanoamericana (1969), Cervantes o la crítica de la lectura (1976) o El espejo enterrado (1992). En el altar de estas Obras Reunidas su literatura es la voz de un cuerpo mágico, irracional, excesivo, insobornable, transgresor y visionario.