Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) ha escrito un libro dedicado a la memoria de su padre, el médico y profesor universitario Héctor Abad, asesinado a balazos el 25 de agosto de 1987 cuando se disponía a entrar en el sindicato de maestros de Medellín.
Este texto es una oración laica, fúnebre, “la carta a una sombra”, el recuerdo vívido y emocionado de un hijo amantísimo de la figura paterna. Han tenido que pasar veinte años: “No he escrito en tantos años por un motivo muy simple: su recuerdo me conmovía demasiado para poder escribirlo. Las veces innumerables que lo intenté, las palabras me salían húmedas, untadas de lamentable materia lacrimosa, y siempre he preferido una escritura más seca, más controlada, más distante.” Se agradece el paso del tiempo, que ha permitido que la escritura de una experiencia tan dolorosa para Faciolince no pasara sólo y sobre todo por la emoción, sino que ha sido gobernada por la búsqueda imperfecta del conocimiento. Para el escritor es decisivo saber lo que pasó y contar la vida y la muerte de su padre teniendo en mente el poema de Borges, Epitafio, que da título al libro: “Ya somos el olvido que seremos/ el polvo elemental que nos ignora”.
Cuando en 1994 Fernando Vallejo publica La virgen de los sicarios haciéndonos tocar las entrañas apocalípticas y furibundas de aquel infierno tan temido en Colombia, cuando al abrir ese libro iracundo, provocador y en verdad lacerante leímos: “Además de los enemigos que les dejaron sus difuntos padres, hermanos y amigos, cada quien en las comunas se consigue por su propia cuenta los propios para heredárselos a su vez, todos sumados, a sus hijos, hermanos y amigos cuando lo maten. Es la herencia de la sangre, el río desbordado” no podíamos imaginar que aquel libro de Vallejo tendría en El olvido que seremos de Faciolince la prueba prolongada e irrefutable de que aquellos sicarios no salen ganando, que la memoria es capaz de recomponer, hecho añicos, el recuerdo imborrable de la vida y, en este caso, de lo que significó para el autor de Angosta la memoria paterna perdida durante veinte largos años. Es este un libro que habla con la muerte desde el peso atronador que los recuerdos provocan en un autor perspicaz. Un libro fatal, obligado como lo es parir lo que se lleva dentro: “Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene una parto, como se saca un tumor.”
A pesar de que podría parecer que escribir un libro tan testimonial como este pueda ser imposible porque se convierte en un canto efervescente, escolar y chapucero frente al mal, culpable de todo, Faciolince sabe dominar la pluma, mantener el pulso y diseminar diferente ritmos, casi narrativos, para proporcionar el orden exacto y doloroso de los hechos acaecidos porque “la cronología de la infancia no está hecha de líneas sino de sobresaltos. La memoria es un espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos.”
Si deciden no leer este libro han de ofrecer un argumento consistente.