“Escritura del viento, escritura de la distracción. Las sombras se transforman en signos, los signos en ensayos, retratos, cuentos dibujados con humo.” Con estas palabras Octavio Paz invitaba a la lectura de Manual del distraído, el libro que todo literato hubiera querido escribir y que Alejandro Rossi (Florencia, 1932), adelantándose al mundo, publicó en 1978. Rossi siempre será el distraído autor de un manual que alcanzó a muchos y que a otros, más alejados en el tiempo, nos inoculó la solitaria y despiadada tarea de pensar por cuenta propia.
Muchos años después de aquel libro salvaje y solitario y en verdad doloroso Rossi ha vuelto a publicar un libro que es una novela, que es un diálogo consigo mismo y que es una puerta abierta al paraíso de la memoria personal y colectiva alcanzada por las agónicas respiraciones de una maltrecha Segunda Guerra Mundial. Alejandro es el protagonista de una historia sin historia, marca de la casa de Rossi, que cuenta recuerdos imaginados desde ciudades personales. Es este un libro sobre una infancia sin nostalgia, una época en que no pasa nada y si pasa todo lo que sucede se desliza distraídamente hacia un lugar vacío, donde el sentido está pero no cuenta. A los personajes de Edén les basta y les sobra con una retórica de la existencia muy modesta: compartir con la familia, los amigos y los amores extraviados de la juventud un destino lanzado al mar y las señas de identidad de un reloj atemporal paseando por Roma o Buenos Aires.
Si leyendo a Rossi se tiene la sensación que se está leyendo a una mezcla imposible entre Montaigne, Benjamin y Borges lo cierto es que esta Vida imaginada recuerda también novelas encerradas en un pasado verdadero, pero imaginado, como Joyita de Patrick Modiano y W o el recuerdo de la infancia de Georges Perec. En la feliz coincidencia de estos nombres Rossi sigue escribiendo al margen de modas y ventas y nos alcanza –certero- por la aquietada prosperidad de su prosa.