“Pero la voz de este viudo de su patria, este huérfano de su hijo, este solo de sus compañeros sigue alentando por sobre las páginas como un indeclinable soplo de dolor calcinante, de ternura y de soledad y de tristeza, repitiéndose, balbuceando a veces, consumando, otras, versos de belleza suma, llenando de sí líneas de otros, cosas del tango, perdiendo el respeto a la sintaxis, a las concordancias, a las desinencias, a lo que sea, para que los versos digan lo que quieren decir.” Así define el talante de la poesía de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) la poeta uruguaya Idea Vilariño. Y es que el poeta argentino huérfano de hijo, de nuera y de nieta que la dictadura de Videla le robó y astillado para siempre a fuego lento por un dolor interminable es un poeta esencial de la segunda mitad del siglo XX y flamante Premio Cervantes 2007.
Gelman es el único argentino de su familia. Su padre era un obrero ferroviario ucraniano, revolucionario y culto; su madre, estudiante de medicina en Odesa. Aprendió a leer a los tres años y supo que quería ser poeta cuando a los siete su hermano le recitaba poemas de Pushkin en un ruso que no entendía. Distinguió entonces que el secreto de la poesía estaba en el ritmo y en la música. Se enamoró de las rodillas sucias de su vecina a la que le enviaba poemas del poeta argentino Almafuerte. La cosa no resultó y tuvo que escribir los suyos. Ni así la pudo enamorar. “De ese desplante y de ser hincha de Atlanta, me quedó la tristeza para toda la vida.” Durante su infancia en el barrio porteño de Villa Crespo Gelman junta el papel plateado de las chocolatinas para construir balas y encender así su alma revolucionaria.
La vocación definitiva le sobrevino cuando a los doce años lee Humillados y ofendidos de Dostoievski. Creció junto a la radio y el tango, que se convirtió en “un compañero mundo”. De esa época datan sus lecturas de Oliverio Girondo, Raúl González Tuñón, los clásicos españoles, poetas ingleses y franceses y su maestro, el Valllejo de Trilce. Empieza estudios de química, pero resuelve abandonarlos en pos de la alquimia de las palabras. Esa será una constante en la poesía de Gelman: transmutar las palabras y la sintaxis corrientes en oro vivo hecho música. Algunos llaman a esto agramaticalidad.
Militante de las Juventudes Comunistas argentinas creció políticamente al ingresar en el Partido Comunista del que deserta con la firme convicción de adherirse a un grupo guevarista: la guerrilla de los Montoneros. Pero de ahí también se fue acumulando sentencias de muerte: la de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y la de los Montoneros.
En una de sus columnas del diario Página 12 narró el drama que astilló su corazón y partió en dos su poesía: la desaparición de su hijo y de su nuera encinta de ocho meses, secuestrados por los militares argentinos: “Encontraron los restos de mi hijo y eso me dio consuelo porque fue rescatado de la noche y la niebla militar y devuelto a la cultura. Conozco su tránsito hasta el campo de concentración de donde lo sacaron para asesinarlo, pero ignoro su suerte durante los quince días que transcurrieron entre su ‘traslado’ y su aparición el 14 de octubre de 1976 en un tambor de grasa de 200 litros, lleno de arena y cemento, que arrojaron al canal de San Fernando. Todavía me preguntó qué padeció en esos días, en blanco para mí.” En el año 2000 encontró a la nieta robada y pudo cicatrizar algo la herida delirante. “Hay que hundir las palabras en la realidad hasta hacerlas delirar como ella” ha dicho el autor de Gotán (1962) -anagrama de tango-, y uno de sus mejores libros.
Gelman es un poeta de sintaxis conversada e irónico que escribe de noche y a máquina versos como estos: “me gusta cuando saludás con tu sombrero verde en la mitad/ del sol/ y/ detrás del sol/ más arriba/ hacés flamear la bandera nacional/ de nuestros amores imposibles/”.
Aunque su poesía, recopilada en Oficio ardiente (2005), es un páramo desolado de dolor, nostalgia y memoria perdida “lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío/ en las más raras circunstancias”.