El escritor argentino, afincado en España, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) ha obtenido el XIIº Premio Alfaguara con su novela El viajero del siglo, una suerte de novela decimonónica escrita desde el siglo XXI. A las pocas horas de ganar Neuman declaraba que «la narración está ambientada en la Europa de la Restauración, en la Alemania posnapoleónica, en un momento de crisis que se resolvió con valores conservadores, como está ocurriendo en la actualidad. El año de la acción es 1827, aunque no mencione la fecha en la novela, y el lugar es una ciudad inventada, si bien podríamos situarla cerca de Berlín». Esa ciudad es Wandernburgo, en la que se suceden los encuentros entre un forastero llamado Hans, que llega para quedarse unos días y permanece durante un año, y un viejo organillero, protagonistas ambos de esta narración diestra e inteligente.
La narración construida por Neuman se desdobla en novela histórica y ésta en un relato amoroso -no exento de un cierto misterio- que cuenta las citas furtivas entre Hans y Sophie (léase de fondo el Werther de Goethe) y que, a su vez, es también una reflexión diferida sobre la cultura europea de mediados del siglo XIX, tornándose, finalmente, en la búsqueda de un asesino enmascarado que tiene aterrorizada a la población. Como si se tratara de una caja de muñecas rusas, El viajero del siglo despliega una más que notable flexibilidad discursiva que es uno de sus más evidentes logros. Neuman ha conseguido además trasladar al papel una inmediatez coloquial que transporta al lector hacia el centro de la conversación, sea ésta la que Hans mantiene con el débil y maltrecho organillero, con sus amigos Reichardt y Lambert o con los contertulios que conoce en casa del señor Gottileb, padre de Sophie, y que frecuenta en numerosísimas ocasiones a lo largo y ancho de la novela para discutir sobre lo humano y lo divino. Este es, si se quiere, el segundo logro de este vastísimo fresco narrativo sobre la vieja Europa: trasladar al lector al centro de una dilatada conversación sobre los aspectos más variados en torno a la cultura de una Europa que se busca a sí misma y que no cesa en el intento de conquistar un terreno sólido sobre el que construirse.
El viajero del siglo es también una reflexión sobre las utopías y los desencantos europeos que diría Magris, sobre los despatriados, una lucha cuerpo a cuerpo con los que no tienen un refugio. Hans, el hombre-sin-lugar, quiere representar a todos los hombres que todavía hoy andan en busca de un lugar en el mundo y por eso puede decir: “Los que creen que el lugar donde nacieron es su patria, sufren. Los que creen que cualquier lugar podría ser su patria, sufren menos. Y los que saben que ningún lugar será su patria, esos son invulnerables.”
De las cinco partes de que consta la novela las dos últimas son extraordinarias por su contención expresiva, que uno hubiera querido para las tres primeras. Tristísima la primera, ‘Acorde oscuro’, donde se relata la muerte silenciosa del organillero; poética la segunda, ‘El viento es útil’, donde al final emergen cuatro páginas de una extrema e inusitada potencia lírica en una novela y que han sido escritas para confirmar que Neuman, como Hans, entiende el estilo “como una búsqueda sin final.”