“Tendría que domeñar la bestia hirsuta que arañaba mis entrañas porque yo no era la excepción sino la posibilidad de evasión de un circo extravagante, de una desgraciada pléyade, de un océano de líquidos fatigados y murientes, sí, debía triunfar encima de toda esa barbaridad de excrementos y deformidades y lo haría al menos mientras me ayudaran las fuerzas vitales de la juventud.”
Quien así habla es Yuna, la narradora “descendiente de una gens degenerada y maltrecha” que es la voz de Las Primas de Aurora Venturini (La Plata, Buenos Aires, 1922). En respuesta a una entrevista concedida al saberse que con esta novela había ganado el premio Nueva Novela de Página/12 en Argentina, Venturini afirmaba, como Flaubert al defender Madame Bovary, “las primas soy yo… es mi familia. Nosotros no éramos normales. En casa todas mis hermanas eran retardadas… Y yo también.” Aunque cueste creer Venturini tiene 87 años, más de 30 libros a sus espaldas, ha traducido al Conde de Lautrémont, Villon y Rimbaud, estuvo autoexiliada en París durante 25 años, donde conoció a Sartre y Camus, fue amiga de Eva Perón y en 1948 recibió de Borges el premio Iniciación por El solitario. Casi nada.
Si una de las tareas de la crítica es descubrir a nuevos valores hay que descubrirse ahora ante este viejo valor que en una suerte de monólogo ininterrumpido, saltándose todas las reglas sintácticas habidas y por haber, poniendo en entredicho la frase bien hecha, erige un monumento a la retórica del desaliento desmenuzando la historia de la hermana de Yuna, Betina, y de sus primas, Karina y Petra sin un solo respiro.
“Lo que no se cuenta es como si no hubiera ocurrido” y es por esto que en Las primas se cuenta todo. Como si de un microcosmos asfixiante se tratara en las historias de las cuatro primas se suceden amores imposibles, vidas derramadas por la fuerza despiadada de las pasiones, humor a ciegas, la expresión exacta de un dolor a tumba abierta que no vuelve, la violencia de lo políticamente incorrecto, el sinsentido del arte y, si se quiere, la exigencia por la obra escrita sin andamiajes, sin puntos ni comas, un salto al vacío valiente, inaudito y memorable. El resto es literatura.