La situación de Roberto Bolaño (1953-2003) no es cómoda. Para empezar está muerto y eso le impide contestar a las preguntas que seguramente se le hubieran formulado si el tiempo le hubiera permitido seguir corrigiendo más allá de la página 60 el manuscrito mecanografiado de El Tercer Reich. En segundo lugar -y precisamente porque está muerto- todo el mundo espera otro ‘gran Bolaño’: un texto repleto de lecturas y relecturas, guiños y contraguiños postmortem que le permita seguir sentado en el Olimpo de la Literatura.
Bolaño terminó de escribir El Tercer Reich en 1989, rescatada ahora por su agente Andrew Wylie. A nadie importa si es una novela mejor o peor que La literatura nazi en América, Amuleto, Monsieur Pain o La pista de hielo. Es evidente que su lectura no queda enfrentada con la de Los detectives salvajes ni con 2666 y sí con aquellas otras. No está en esa confrontación absurda el valor de esta novela inédita y que se publica ahora de manera póstuma. De nada sirve preguntarse si hubiera o no publicado este texto o porqué no lo hizo: sabemos que en su literatura una cosa es el ritmo frenético de la escritura y otra muy distinta la oportunidad de la publicación. Bolaño la hubiera publicado, pero tuvo que dedicarse con ahínco al monstruo que le estaba devorando: 2666.
Sí importa, y mucho, decir que El Tercer Reich es una obra primeriza, pero en modo alguno la de un escritor novel. Importa decir que es un texto de la marca Bolaño, con algunas de las obsesiones y temáticas que marcarán después su obra.
Cuando el 19 de marzo de 2000 le hicieron una entrevista en el diario chileno La Tercera y le preguntaron cuál era su mayor extravagancia Bolaño contestó: “Mi gran colección de wargames y mi pequeña colección de wargames de computador.” Tenía otras, pero rescatamos esta porque en una primera lectura El Tercer Reich se ofrece al lector como una novela de juegos de estrategia. Pero es también una novela de misterio, una novela policiaca y de personajes solitarios que bucean en el mar de la desesperación colectiva en busca de sí mismos. Los secretos diseminados por el texto de El Tercer Reich no son sólo los de Udo Berger y su novia Ingeborg. El misterio no sólo depende de personajes como el Lobo, el Cordero o el Quemado, o de la extraña desaparición de Charly o de la sensualidad de Frau Else, encargada del hotel Del Mar en el que se desarrolla la acción.
El misterio depende del lector. Como en otros textos posteriores de Bolaño se diseminan secretos, sospechas y conjeturas que permiten al lector construir el relato. Un Bolaño conjetural provocando una lectura conjetural de El Tercer Reich: he ahí el valor de esta botella encontrada en el mar de todas las dudas. No importa, como tantas veces en su literatura, resolver el enigma (¿habrá muerto Charly?¿Quién es realmente el Quemado?¿Qué pretende Udo quedándose en la Costa Brava?¿Qué quiere el marido de Frau Else?¿Ganará Udo el Tercer Reich?) porque la realidad que se propone es fragmentaria, provocando así la narración en forma de diario de una investigación de casualidades, descuidos y tramas dispersas que no conducen al fetiche del relato policial: la verdad, que ni está, ni se la espera.
Bienvenido este rescate arqueológico de un Bolaño inicial que apuntaba maneras. Descansa saber que Bolaño en 1989 era ya un escritor fiel a sí mismo, todavía no ahíto de todos sus demonios, pero sí muy consciente del artefacto literario que quería proyectar.