El esperado regreso de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) a la novela es una suerte de monstruo de dos cabezas que juega con el lector a ser un relato policíaco cuando en realidad es una novela que cuenta una historia -que no es segura- y cuyas distintas versiones van a parar a un cajón de sastre que contiene lo mejor de la tradición argentina (el Martín Fierro, Don Segundo Sombra, Arlt, Borges y Cortázar), de los universos literarios claustrofóbicos en los que todo remite a un solo espacio (Faulkner, Onetti y Benet) y de la literatura policíaca (Chandler y Hammet) entendida como un discurso que anda en busca no de una verdad (¿Quién es el asesino?), sino como la posibilidad de narrar una misma historia a través de versiones incluso en ocasiones enfrentadas. Pero sobre todo Blanco nocturno puede ser leída como una extraordinaria muestra de lo que Piglia quiere hacer con la literatura y como ésta puede provocar una experiencia en el lector. De ahí la cita de Céline que abre el libro: “La experiencia es una lámpara tenue que sólo ilumina a quien la sostiene” y que tanto recuerda a la de Bataille: “La experiencia no puede ser comunicada sin lazos de silencio, de ocultamiento, de distancia.”
Lo de menos es la historia de Tony Durán (el muerto), de las hermanas Ada y Sofía Belladona (motores de la acción), de Luca Belladona (personaje extraordinario que vive inmerso en una fábrica abandonada convertida en su sancta sanctorum), del comisario Croce (que abandona la investigación y finge estar loco), del supuesto culpable (Yoshio Dazai) o del sempiterno Emilio Renzi (que aglutinará todas las historias). Porque lo que interesa a Piglia y al lector a lo largo y ancho de toda la novela es “qué es –y cómo se debía- poner en relación, articular y construir un sentido posible.” La experiencia que le interesa a Piglia es la del lector ideal al que en tantas ocasiones se ha referido (“El lector ideal es aquel producido por la propia obra”, Crítica y ficción, pág. 55), convertido en investigador que lee las pistas para construir un relato de su experiencia lectora.
Con una escritura que transparenta el pensamiento inteligente de un autor que nunca deja fuera de juego al lector, con 42 notas al pie que pueden ser leídas como una novela en paralelo y con la ya consabida tendencia a querer convertir sus historias en relatos ambiguos Piglia vuelve por la puerta grande y sólo hay que lamentar que haya tardado tanto en regresar a la novela.