“En mi país la verdad es incompatible con la memoria” Esas fueron las palabras que escribió R. H. Moreno-Durán en su novela Mambrú y que son la cifra de la “crónica de una muerte anunciada”: en Colombia la relación entre política y literatura ha estado la mayor de las veces en el punto de mira, sin acabar de cuajar del todo, a pesar de las numerosísimas novelas que han ido apareciendo con el pasar de los años. El mismo Plinio Apuleyo Mendoza (Boyacá, Colombia, 1932) firmó, en este sentido, Años de fuga en 1979. Y ahora este novelista, periodista y diplomático fascinado desde siempre por el olor de la guayaba y por la vieja Europa donde se formó regresa a la ficción con Entre dos aguas. ¿Por qué? Para narrar el cuerpo a cuerpo contra la muerte.
Para contar la violencia que asola a un país desde ya no se sabe cuánto tiempo Apuleyo Mendoza ha querido escribir un libro que es, a la vez, el testimonio dolorido de un hombre –Martín Ferreira- en busca de su hermano militar –Benjamín-, muerto en extrañas circunstancias, ha querido entregar el documento casi verídico de la brutalidad que vive Colombia gracias a una guerra interminable, ha querido publicar la carta de amor que Martín dirige a una mujer –Irene-, frágil, desquiciada y esculpida como si fuera Virginia Woolf y, antes que nada, ha querido consignar la biografía velada para explicar(se) la tragedia de la violencia delineando los contornos de un dibujo especulando históricamente con la ficción narrativa.
He ahí a buen seguro una de las claves del libro. Porque Apuleyo Mendoza vuelve a la ficción porque es este el terreno que más y mejor le puede servir para dar cuenta de una historia colombiana que ha tenido necesidad de narrar desde el punto de vista de Europa. Martín Ferreira, aunque colombiano, es un europeo fascinado por los años en que ‘París era una fiesta’, por los años en que Roma lo era todo y por los años en que Lisboa era el símbolo de una decadencia muy querida. Pero sobre todo es un hombre que se ha quedado solo “bajo la lumbre fantasmal de los faroles, como un superviviente que estuviese avanzando sobre escombros de sueños.” Algunos de los capítulos en los que se describen los detalles de esos escombros son, a todas luces, más que inquietantes.
La técnica narrativa que exhibe Apuleyo Mendoza no es nueva, pero aquí resulta prodigiosa a la hora de levantar un artificio novelesco que, a medida que avanza la novela, gana al lector. El autor de Zonas de fuego intercala episodios de la historia de Martín en Colombia en busca de la verdad que ha matado a su hermano (decubriendo así la barbarie de un país que “no tiene remedio” desde la mirada civilizada de un periodista que quiso ser poeta) con los años en París, Roma y Lisboa que recapitulan ese tiempo en forma de notas de un cuaderno “¿de apuntes?, ¿de recuerdos?”
El laberinto en el que se encuentra Martín no es sólo suyo sino también del lector que tiene que ir reconstruyendo paulatinamente la figura de un personaje que emerge gracias a los episodios intercalados que rompen la linealidad de la historia y que la completan como si de un puzle se tratara. Y Apuleyo Mendoza ha querido que los que los que relatan la búsqueda agónica por una verdad imposible de Martín en Colombia sean, frente a los que relatan sus aventuras y desventuras por Europa, mucho más rápidos que aquellos, más pausados y dotados de un tono casi ensayístico, cumpliendo así con una novela coral donde unos y otros son el reverso de una misma moneda: Colombia herida y sangrante por una violencia ancestral vista desde la soledad de un hombre que es metáfora de la vulnerable identidad del hombre de hoy. E voilà.