Leopoldo Brizuela (Argentina, 1963) ha ganado el Premio Alfaguara con un texto intenso y doloroso que narra acontecimientos ocurridos en Argentina en 1977 y en 2010. Lo que siente el protagonista, Leonardo Bazán, al ver un coche de policía aparcado cerca de su casa le retrotrae a una misma noche treinta y cuatro años antes, bajo la dictadura de Videla, cuando la casa familiar se convirtió en uno de los epicentros “del terror argentino” al ser asaltada por las funestas patrullas de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada que entraban impunemente en los hogares y lo registraban todo. Bazán es escritor y sabe que “solo contar la historia me hará saber cómo somos”, sabe que la captación de un instante en el recuerdo es la tarea de la escritura y comprende, por ello, que la literatura es “una manera única de iluminar la conexión entre el pasado y el presente. Y eso me alienta a empezar : no quien informa, sino como quien descubre.”
Esta indagación sobre la historia familiar bascula entre esas dos fechas con la pretensión de armar una mapa espeluznante, feroz e implacable sobre las trágicas listas de los desaparecidos en Argentina. La historia que le asalta a Bazán es la historia de todo un país quebrado y atormentado por el recuerdo de aciagos sucesos que marcaron para siempre a los argentinos. A la mano opresora se le podría recordar el verso de Paul Celan: “Luego tendréis una fosa en las nubes allí no hay estrechez”.
Para dibujar el escenario de la casa son decisivas las figuras paternas. El padre que golpea las puertas como una huída hacia ninguna parte y la madre que es el vivo retrato de la locura. El protagonista sabe que su madre vive aislada por los recuerdos no tratando de comprenderlos, sino más bien de soportarlos: “Empeñarse en olvidar hasta olvidar incluso que había olvidado; olvidar que los torturadores, en cambio, no la olvidan, y que ese lugar de cero por cero sigue allí, tragando gente.”
La alternancia entre los sucesos y las fechas es uno de los logros más evidentes de la novela, pero no el único. Si de este modo Brizuela consigue un efecto de realidad doble más que notable entre dos tiempos disímiles, no es menos cierto que su prosa alcanza por momentos cotas de expresión idóneas para explorar los entresijos del dolor más recóndito (“Siento que nombrar la muerte es atraerla.”) explorando la intimidad como la cifra de un todo un país. Si al dominio evidente que Brizuela tiene del artefacto novelesco se le suma la contención estilística de la materia expresiva tenemos como resultado una novela culpable por trasladar al lector de manera excelente los recuerdos de unas experiencias traumáticas.