Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) sorprendió a propios y a extraños cuando desembarcó con sus dos primeros libros. Su ensayo Papeles falsos (2010), una suerte de texto híbrido entre lo narrativo y lo anecdótico en busca de una poética rabiosamente posmoderna, parecía una deriva contemporánea de los textos que Walter Benjamin escribió para radiografiar la modernidad que nos asola. Cuando apareció en las librerías su primera novela, Los ingrávidos (2013), tuvo una acogida crítica espléndida. Traducida a numerosas lenguas esa primera novela ya ofrecía los parámetros con lo que Luiselli edificaba sus textos: líneas argumentales casi fantasmáticas para miles de microhistorias que acabarán diseñando una narración caleidoscópica, urbana y que no conoce fronteras entre géneros. La mejor Luiselli es la escritoria que con un tenue hilo narrativo en garza una anécdota personal con un fragmento de la historia iluminado por una cita de Benjamin.
En Historia de mis dientes Luiselli sigue ofreciendo una poética del fragmento, pergeñado por un anecdotario que tiene en los dientes el leit motiv inexcusable de todo el libro porque “los dientes, queridos postores, son la verdadera ventana al alma; son la tabula rasa donde se imprimen todos nuestros vicios y todas nuestras virtudes.” Pero en este texto falta el eje narrativo capaz de enlazar todas las historias que aquí se cuentan. La principal es la de Gustavo Sánchez Sánchez, llamado Carretera, a la sazón, el mejor subastador del mundo de dientes o historias dentales de personajes como Álvaro Enrigue, Margo Glantz, Vivian Abenshushan, Juan Villoro, Luigi Amara, Julio Cortázar o José Vasconcelos. Plagada de imágenes el libro recuerda la manera de hacer W.G. Sebald, pero aquí la historia no acaba de hilvanarse del todo con una trama demasiado digresiva. Una de las claves de Historia de mis dientes aparece en los agradecimientos en los que Luiselli declara que “una versión temprana de esta novela se escribió por entregas.” Las incisivas tramas aderezadas con los ilustres nombres del panteón literario, entre los que destacan Jaime Sánchez Joyce o Marcelo Sánchez Proust, son apenas esbozos de unas historias que no acaban de cuajar. La imaginación portentosa y la escritura desboradante que conocimos en sus anteriores libros espera una mejor ocasión para ser refrendada.