Daniel Alarcón (Lima, 1977) es una nueva voz narrativa que se presenta en España con Radio Ciudad Perdida, su primera novela, y con Guerra a la luz de las velas, un conjunto de exitosos relatos premiados con el PEN/Hemingway 2006.
Con Radio Ciudad Perdida Alarcón demuestra cómo debe domeñarse un tema tan resbaladizo como la violencia que queda tras el paso infructuoso de una guerra que a nadie deja indiferente. No hay aquí el propósito de querer dilatar hasta el último recodo la fuerza devastadora que las desapariciones provocan en una sociedad en guerra. Alarcón ha querido desplegar más bien sus virtudes narrativas para pergeñar el terreno que la violencia provoca en la intimidad de Norma, la conductora de un programa de radio de enorme repercusión en la ciudad, y de todos los personajes que se asoman, gracias a su voz a través de las ondas, al dolor hecho carne. Nada debe ser perdido, ni un solo nombre debe olvidarse: todo puede y debe rescatarse del traicionero huracán del olvido: “Todo se cancelaría, la lista jamás se leería en la radio, no habría un programa especial para Víctor, los hijos e hijas de 1797, nadie preservaría su recuerdo. La gente desaparece, se desvanece. Y con ellos, su historia, para que nuevos mitos reemplacen a los antiguos: la guerra nunca ocurrió.” Esa es la tarea que ocupa a Norma, mientras espera anclada en el sufrimiento que supone no saber nada de Rey, su marido. Víctor, el niño que viene de un pueblo llamado 1797 (imposible no pensar en Alarcón jugando con las cifras que componen el año de su nacimiento), convoca todos los fantasmas con los que Norma convive a diario. Siempre a cuestas con su dolor Norma teme que nada tenga sentido.
Lo que gusta de Alarcón es que, alejado de maniqueísmos que no vienen ya a cuento, ha sabido dejar una huella indeleble en el lector sumando los esfuerzos que vienen desde de todos los bandos: los que matan sufren la soledad del miedo y los que sufren están solos con sus miedos. No hay espacio para los juegos de palabras. La realidad que se dibuja en Radio Ciudad Perdida, sin descripciones que estorbarían y sin el dibujo psicológico de unos personajes de honda presencia callada, la percibimos en primera fila. Tal vez en ausencia de guerra no haya paz, pero lo que es seguro, parece querer decir Alarcón, es que hay el dolor silencioso y seguro que las ausencias provocan en los que se quedan. A ellos está dedicada la fuerza incontestable que tiene esta novela.
Guerra a la luz de las velas no es un libro muy distinto a Radio Ciudad Perdida, pero no tiene la holgura de esa novela: su terreno es el de unos relatos cincelados como si no pasara nada, o mejor, como si lo que pasara no fuera trágico. Las historias están protagonizadas por unos personajes anclados en el dolor y protegidos por una tibia esperanza de que su infierno sea comunicable, de que el sueño quebrado pueda ser compartido.. Lacerantes y de una sensibilidad hiriente, estos relatos están escritos con una sabiduría estilística franca, transparente, al servicio de las historias que cuentan y sin piruetas nihilistas ni intertextuales.