Celebrar los cincuenta años de la publicación de una fiesta como Tres Tristes Tigres significa celebrar la opera bufa de una noche habanera furtiva, musical, literaria, cinematográfica, erótica y panlingüística de un escritor que hubiera dado la vida por un juego de palabras. Como Quevedo. La vida a cambio de un pun. Samuel Beckett en Murphy: “At the beginning it was the pun.” Como el bíblico libro del Génesis TTT puede rezar: “En el principio era el Verbo”, el verbo verborreico, el verbo sinfín, el sinfín del verbo hecho festiva carne voluptuosa. Cabrera Infante, el menos difunto de La Habana, hubiera dado la vida por los amigos. Y por un buen puro. Y por un buen vino. Y por una buena película. Y por un buen bolero. Y, claro, por un paseo por Londres con Miriam Gómez, su musa, su ninfa constante. Su Alfa y Omega. El Yin y el Yang.
Celebrar TTT significa celebrar un libro míTico, miTológico, panTagruélico, cervanTino, sTerniano, carrolliano, nabokoviano, joyciano. Un libro in-ol-vi-da-ble. De su lectura no se sale ileso: se sale herido por tanta nostálgica parodia y por tanto humo(r). Es estar bajo el volcán que avivó la literatura escrita en español como una fiesta de los sentidos en un cabaret imposible de una Habana inexistente: “Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen.” Ese libro cartografía una ciudad recobrada por el peso y el paso y el pulso y el poso de la memoria de un escritor que fue capaz de hacer bailar cervantinamente a las palabras por el Malecón de una ciudad que se convirtió en eTerna: la Roma Tropical. TTT como el homenaje no velado a un mapa mental dibujado por un espía y como la ofrenda a una ciudad cuyo tiempo proustiano hay que recobrar sin descanso. Homenaje a la Tradición, a la Traición y a la Traducción. El libro como celebración inmorTal de la amisTad, de la parodia, de la digresión como una de las bellas artes. Silvestre, Cué, Eribó, Codac y Ella cantando boleros. Y, claro, Bustrófedon, el verdadero hechicero de TTT (a la maga no la encontramos, al mago sí), que tenía “los vómitos de palabras, el vértigo oral” y “un nudo en la columna vertebral, algo, que le presionaba el cerebro y le hacía decir esas maravillas y jugar con las palabras y finalmente vivir nombrando todas las cosas por otro nombre como si estuviera, de veras, inventando un idioma nuevo.”
Celebrar un libro como TTT es celebrar la literatura como si se tratara de un fusil bestial disparando letras, sonidos, sílabas y subordinadas neobarrocas imposibles a mansalva: el cuerpo a cuerpo contra las Tiranías de las dicTaduras habidas y por haber. Adiós a las armas. Un libro digresivo que nunca acaba de contar -iba a decir cantar– lo que tiene que cantar, perdón, contar. Un libro-laberinto en el que perderse sin hilo de Ariadna que valga. Un libro para no volver. Un libro-museo para reirse melancólicamente de la fotografía de un cabaret, señoras y señores: Tropicana, “el cabaret MÁS fabuloso del mundo”. La literatura convertida en un espectáculo, en un caos teatral de máscaras donde todos los actores (no se olvide nunca nadie del lector, el primer y último actor de TTT, “hypocrite lecteur, -mon semblable, – mon frère”), juegan a ser arlequines tratando de que jamás llegue la que nunca falta a la cita. Adiós a la muerte.
TTT celebra una ciudad como una Tumba abierta para que un Hamlet habanero con rasgos achinados, calavera en mano, máquina de escribir y puro en ristre, penetre en un cabaret para poblar una casa hecha de conversaciones nocturnas, con alevosía y nocturnidad, con nocturnidad y alevosía, con la sola fuerza imbatible de las palabras y de la música. Como el príncipe de Dinamarca Bustrófedon puede decir: “Words, words, words.”
Celebrar TTT es urgente. Urge porque ese libro censurado es el libro de un escritor irrepeTible cuya pirotecnia verbal no es de este mundo. Urge porque ahora que parece que todos los libros son modernos, o posmodernos, ahora que parece que todos los libros atesoran una estructura compleja que, en realidad, se viene abajo como un castillo de naipes en la primera lectura, este libro sí soporta el paso del tiempo. Su moderna concepción, su estructura febril es la prueba fehaciente de que TTT fue el texto de una imaginación soberana, proteica, multiforme y caleidoscópica impulsada por una poderosa energía mítica. Ese libro que ahora celebramos lo escribió un visionario, un músico que jugaba a ser escritor, un escritor que concebía la literatura como un puro juego de azar: “Literatura es todo lo que se lea como tal.” Un escritor que colinda con el abismo de la muerte y que se enfrenta a los dioses como un homo ludens sublime para salir del pozo ciego, oscuro y masivo de la historia. De hecho, escribió ese libro para zafarse de la historia. Y entregar así un libro como una selva, como una tormenta acechando al muro del Malecón. Un libro como puro humo y puro gozo de la pura vida. Un libro que es la memoria del Trópico escenificando distintas versiones de una misma historia paródica.
Entienda como quiera el lector la historia de estos Tres Tristes Tigres deambulando sin rumbo cierto por una ciudad fantasma que ya solo existía en la mente demente de un escritor indemne que buscaba universalizar míticamente una ciudad perdida hechas solo de recuerdos inventados, de voces y alusiones personales y comentarios y situaciones y juegos privados y vaya uno a saber qué miles de cosas más. Entienda como quiera el lector estos ejercicios de estilo, esta estética de lo accidental tansgrediendo el orden establecido para gritar a los cuatro vientos que sí, que lo que aquí cuenta es la voz festiva de la realidad, lo imaginario en fuga constante, el retrato de una nostalgia como un ars combinatoria que traiciona voluntariamente los recuerdos. La vida está en otra parte. Pero apresúrese porque TTT ya no puede esperar más. Ya no se puede más.
Publicado originalmente en El Cuaderno de la Voz