La épica purgativa en forma de autorretrato que transita por los recovecos de las emociones que Manuel Vilas (Barbastro, 1962) viene explorando en sus últimos libros se abre ahora hacia el peso de una ficción pura que no escudriña la marca de lo autobiográfico o la autoficción que tan buenos resultados le había dado en ‘Ordesa’ (2018) y ‘Alegría’ (2019). Un cambio de tercio lampedusiano para que todo siga igual. Porque Vilas construye aquí los claroscuros de una narración imaginaria que se refleja otra vez en el espejo de su gran tema: el amor (aquí en su vertiente romántica) insuflando aire a las soledades compartidas de un profesor prejubilado batido en retirada, Salvador, y de una mujer, Montserrat, a la que sucumbe cuando llega a una cabaña en la sierra de Sotopeña y a la que idealizará con el nombre cervantino de Altisidora.
Anclada en un presente que radiografía también las vicisitudes políticas de España y el confinamiento planetario que provocó el Covid-19, ‘Los besos’ revierte esa actualidad con el acierto estructural de las secuencias en las que Salvador se retrotrae a un pasado ocupado por la figura y las confesiones que su amigo Rafael, estudiante de Medicina, le hacía cuando ambos vivían en la Academia.
Entre el presente de Salvador y Monserrat/Altisidora y el pasado de Rafael y Salvador construye Vilas, con tintes líricos, un díptico novelesco empujado hacia unas encrucijadas morales que no se resuelven y que expresan la fuerza devastadora que el amor, la amistad, el erotismo, el sexo y los besos juegan en la vida de unos personajes que no tratan de ser metáfora de nada, como no es alegórica la novela de un narrador aislado y desconcertado mostrando de qué modo están construidas las fragilidades y hasta qué punto aquello que se llama fe, esplendor o victoria no es sino un paisaje en ruinas.
Publicado en El Periódico el 15 de septiembre de 2021