La inmensa Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937) regresa a la ficción tras un silencio narrativo de más de quince años con un libro de resonancias muy antiguas que narra la historia íntima de un joven personaje hacia un destino desconocido. Con una cadencia intimista inolvidable la autora de La república de los sueños vuelve por sus fueros al pintar la cadencia de un desconcierto hecho de azares y de enigmas. De ahí que el libro tenga algo de largo poema al anclar la continuidad del relato en la discontinuidad de los fragmentos narrativos sobre los que se sostiene la trama.
La de Mateus es la historia de un huérfano de padre, que no de madre porque aquí lo maternal es ignominioso. Solo el recuerdo continuado de la poderosa figura de su abuelo Vicente le permitirá emprender un viaje hacia Sagres, “la bendita Jerusalén”, que no es si no el contorno físico y espiritual de una sabiduría hecha de retazos de vida y de muerte, de amor y de desamor, de alegrías y de tristezas porque todo cabe en un libro cuya fuerza narrativa reside en la lejanía de un abismo que toca tanto la superficie de las emociones como su profundidad. De “naturaleza indómita”, Mateus es el centro y las aristas de un cubo hecho con los restos de la memoria perdida y anclada en unos años “ingratos” y que le “sentencian al declive”. Pero Piñon con esos mimbres ha sabido, y de qué callada manera, contar una novela de formación y cantar la memoria ancestral que rememora la vida de todos los hombres y de los dioses bajo cuya custodia permanecen.
Publicado en El Periódico el 23 de febrero de 2022