Desde que José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) recibiera el Premio Reina Sofía y el Cervantes han sido muchos los que se han acercado a su poesía. Pero Pacheco es, además, el novelista de Morirás lejos, un crítico incisivo, un ensayísta notabilísimo y un excelente traductor. A todos esos méritos ya le pueden sumar su valía como cuentista.
El principio del placer y otros cuentos recoge en un solo libro lo que en realidad era, en origen, dos. El primero, El viento distante, fue publicado en 1963 y contaba con seis cuentos, ampliados a catorce en 1969. El segundo, El principio del placer, data de 1972. Si la obra poética de Pacheco es inmensa, los cuentos muestran a un escritor dueño también de un estilo propio que hará las delicias de cualquier lector que busque en un solo volumen hondos puñados de irrealidad.
Cuentos de factura fantástica, pero anclados en una emotividad natural y sin aspavientos que diseñan un terreno donde los recuerdos y los presagios se funden en una sola emoción. La infancia es el terreno propio para que Pacheco exprima todas sus virtudes como narrador. Una infancia que en “El viento distante” se circunscribe a un tipo de personaje que mira hacia adentro, que acota la imaginación como el único mundo posible y que, finalmente, se convierte en una pesadilla o en un laberinto mental. Es el caso del inquietante “El parque hondo” o de la crueldad y el horror que sostienen “Parque de diversiones”. La infancia con tintes trágicos vuelve asomar por “La cautiva”, a través del cadáver de la monja muerta y emparedada que hace palidecer al narrador: “Siento que la tierra devolverá a sus cadáveres para que mi mano les dé al fin el reposo, la otra muerte.” “La fiesta brava” es sencillamente perfecto con la estructura clásica del cuento dentro del cuento. Apariciones y desapariciones del personaje central como en “Langerhaus”, que es un eco de El tercer hombre de Graham Greene, o en “tenga para que se entretenga”, eco de la mujer que espera “que algún día la tierra se abrirá para devolverle a su hijo o para llevarla, como lo caracoles, al reino de los muertos.” “Cuando salí de La Habana, válgame Dios” les emocionará y les hará palidecer en solo seis páginas.
Se ha dicho que la obra de Pacheco es “la elocuencia de la herida”. He aquí una muestra perfecta.