La nueva entrega del prolífico César Aira (Coronel Pringues, Argentina, 1949) es, en toda regla, una rareza. Y aunque a Aira no le guste demasiado que lo encasillen como escritor vanguardista El error no facilita la tarea de leerlo desde otra perspectiva. Este relato es uno de esos textos que sólo pueden ser concebidos desde una posición literaria de máxima confianza en las capacidades y virtudes de uno mismo en tanto que escritor y, por ende, no teniendo demasiado en cuenta la posición del lector.
Porque construir una narración dejando en la cuneta a los personajes que lo inician (el hombre y la mujer que entran “a un jardín formal” de un escultor que mantendrá correspondencia con una mujer condenada por asesinato), abarcar a otros dos convertidos en el centro puro del relato (el bandolero Pepe Dueñas y su mujer Neblinosa), crear tramas que se pierden en el río del olvido, para, finalmente, demostrar que la torpe realidad es ‘el error’ no es una tarea sencilla.
En este sentido hay dos declaraciones que resultan decisivas. La primera afirma que “la realidad era decepcionante; en ella había una torpeza, un desajuste, que no tenía remedio. Querer remediarlo llevaba al mundo espectral de la fantasía. El peso y el volumen y el color de la realidad se pagaban con la pérdida de la fluidez y la belleza. Se pagaban con el eterno tropiezo, con la cojera, con el tartamudeo.” La segunda, que “… no inventando nada era como más se inventaba.” Estas dos citas de El error muestran que, una vez más en la literatura de Aira, lo que importa no es el desarrollo de una trama ficcional, aunque sea absurda, sino la maquinaria que pone en marcha una sutil pregunta: ¿cómo seguir contando? La lógica del azar y la búsqueda agónica de un procedimiento que pueda contar esa realidad, aunque sea errónea (léase, laberíntica: el jardín en Aira ya no es el lugar apacible, sino un orden que conduce irremediablemente al equívoco) hacen de este texto el emblema último y más perfecto de lo que Aira quiere hacer con sus historias, a saber, confundirlas en un mar de dudas, provocando así que una corra por debajo de la otra, que los protagonistas caigan en unos mundos de fábulas confusas para provocar que el lector se pregunte desconcertado: ¿cómo termina?
Leído como un divertimento este relato no pasa de ser la sucesión más imperfecta de historias que no tienen sentido. Leído como un relato puro El error convierte a Aira en un narrador perfecto en busca de un texto perfecto. Al desocupado lector le toca escoger qué quiere leer.