“Soy un gigante perdido en medio de un bosque quemado. Pero alguien vendrá a rescatarme… Soy un gigante perdido en medio de un bosque calcinado. Mi destino, sin embargo, sólo lo conozco yo” Escrita, como ven, bajo el peso silencioso de la muerte y con la fuerza indescriptible del ensueño (o de la pesadilla), 2666 dibuja el contorno inquietante de una esfinge: novela sin respuestas que incendiará con sus preguntas el panorama literario contemporáneo. Es un libro inmenso construido desde un lago frío y solitario. Así imagino que fueron los últimos años de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953- Barcelona, 2003). Para entender este libro hay que leer a la Pizarnik de Extracción de la piedra de locura, hay que leer todo Kafka, a Malcolm Lowry, a Sade, a Maurice Blanchot, cuya obra crítica parece estar escrita, a Borges esto le hubiera entusiasmado, como un comentario secreto a 2666. No es una novela apresurada, aunque en el tono la prisa estimule el flujo continuo ya conocido de su escritura. Sus mejores momentos han sido construidos desde un terreno onírico: una escritura intensamente irracional que alcanza el cenit de su expresividad literaria.
Para este gigante de la literatura que lo había leído todo (“La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura, en cambio, suele ser vacío. En las entrañas de un hombre que escribe no hay nada.”) 2666, obra póstuma e inconclusa –como lo fue otra inmensidad llamada El hombre sin atributos-, no es un giro último e imprevisible en su literatura. A la estela de sus Detectives salvajes, sigue habiendo personajes que son escritores y que leen, escritores (o críticos) que buscan a escritores que no tienen rostro, personajes marginales que deambulan en una atmósfera irrespirable donde la muerte violenta y el mal sin paliativos triunfa en círculos concéntricos que a todos mancha. Sigue estando México. En parte, 2666 es la gigantesca ampliación temática de Nocturno de Chile. Desde un lugar fronterizo que funde y confunde a la historia con la literatura y a la literatura con la historia esta novela no es sólo la suma de sus cinco partes –La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi– que pueden ser leídas no sé si independientemente pero sí quizá de manera más o menos libre: 2666 es el último desorden que Bolaño deja como herencia, el caos ordenado de una novela total que reza: “Todo dentro de todo”, el lugar propicio y necesario de un libro que entiendo inevitable porque está escrito al dictado de la muerte, porque reconcilia al escritor con el deseo de seguir escribiendo y al lector con la necesidad de continuar leyendo, porque nos devuelve la necesidad de enfrentarnos a obras que han sido concebidas desde la más alta exigencia y ambición literaria.
En cierta ocasión Bolaño escribió que “para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca”. Él ya abandonó la suya; a nosotros nos queda el consuelo de inundar la nuestra con las palabras de este libro indeleble.