Tengo la certeza de que uno no escoge la ciudad en la que habita, sino que es esta quien te escoge. E igualmente tengo por cierto que hay libros que a uno le esperan para ser habitados despacio, como las ciudades, respetando su propio ritmo. Las ciudades, como los libros, tienen un destino y un ritmo.
Abilio Estévez (La Habana, 1954) sorprendió a muchos no hace demasiado tiempo con Tuyo es el reino, novela primeriza de inusitado éxito europeo. Cinco años después, Estévez nos presenta Los palacios distantes, donde se nos narra la nostalgia infinita de Victorio que, tras ser desalojado de su casa, va pululando por La Habana (verdadera y única protagonista) tratando de habitar las ruinas de su ciudad. Junto a Salma, prostituta castigada por su proxeneta y a un viejo payaso llamado don Fuco, Victorio encontrará su propio palacio en un viejo teatro.
No hay argumentos, no hay historia y cuando atisbamos algún hilo narrativo siempre se supedita, felizmente, a la construcción verbal de una Habana ruinosa convertida en un “palacio distante”, en cuyo reino esos tres tristes tigres parecen los únicos sobrevivientes. La alternancia de voces narrativas entre el pasado y el presente erige una retrato de la ciudad casi fantasmal, pero verosímil.
Teñida de una honda melancolía por una ciudad perdida, Los palacios distantes es un ejercicio sobresaliente de cartografía literaria. Bajo la piel de Victorio, Salma o don Fuco tocamos el dibujo oculto de una ciudad que lucha por resistir los achaques del tiempo. Escritor de una ciudad oculta pero visible, Estévez logra detener, como antaño algún otro cubano hizo, al caluroso Cronos caribeño para exhibirnos la memoria de una Habana desvanecida, “una ciudad que espera el más leve aguacero, la más ligera ráfaga para deshacerse en montón de piedras”. No se lo pierdan.