Que Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) ha conseguido un registro propio parece evidente, registro sobre el que vuelve una y otra vez, y que ha alcanzado su cota más alta con el “Ciclo de Centro Habana” compuesto por la exitosa Trilogía sucia de La Habana (1998) y seguido por El rey de La Habana, Animal tropical y El insaciable hombre araña. Ahora concluye esta personalísima pentagonía narrativa con Carne de perro. Es este un volumen de relatos pero atravesados todos ellos por una intención claramente novelística. Un solo aire narrativo que se alimenta de los escenarios más mezquinos, preñados de personajes que, perdidos y prostituidos en una Cuba desdichada y sin futuro para con sus habitantes, sólo desean anegarse en la maraña de una trilogía ruinosa: sexo, ron y tabaco, que nunca falte.
Como en las anteriores obras, Gutiérrez aborda los sinsabores de unos seres anclados para siempre en el infortunio de la derrota y que gozan de instantes de felicidad con sabor a fracaso. El narrador, severo contador de vidas propias y ajenas, resalta siempre los detalles más sórdidos y en el horizonte la figura deseada de la mujer en La Habana: “Estoy acostumbrado a que todos mis romances sean excitantes y estremecedores. Amores de impacto. Huellas profundas. Finales psiquiátricos… No puedo vivir junto a una mujer conveniente y pragmática. No. Necesito mujeres apasionadas y locas. Con fuego uterino.” La particular escritura de Gutiérrez se mantiene aquí, tal y como apareció en sus primeros libros: concisión sintáctica que araña al lector como si de un puñal frío se tratara y autobiografía evidente que esconde una maestría notoria para convertir lo propio en ficción irrefutable. Si el lector quiere más Gutiérrez en estado puro aquí lo tiene. Encontrará lo que ya leyó, no hay una vuelta de tuerca: una literatura anclada fatalmente en un universo animal en el que las pasiones se leen casi sin pensar, un drama desesperante que viaja desde el Malecón hasta la vieja Europa. Tocado y hundido.