Una de las posibilidades de la literatura es convertir una determinada historia en ficción: lo verdadero, si lo hubiere, se convierte así en lo verosímil. Y lo verosímil es la condición sine qua non la literatura se convierte (dando la vuelta al razonamiento) en mera historia. Pues bien, Carlos Sampayo, autor desconocido y que la editorial tiene a bien no presentarnos, ni a él ni su trayectoria (¿es un autor novel?) ha escrito una novela que está atravesada por varias deficiencias que se dirigen, inevitablemente, al corazón de la literatura. Me explicaré.
Produce un enorme desaliento leer una obra que se sostiene únicamente por el desarrollo, a menudo excesivamente confuso, de la historia. Y si se quiere que ésta sea el armazón que dé cuerpo a la obra entonces se debería tener mayor ambición para mostrar que precisamente esa historia puede armar una novela. Es la diferencia entre una historia difícil de seguir y una historia compleja de leer. Sampayo ha optado por la primera. Es por ello que durante la lectura se tiene la impresión que el autor esconde, entre tanta acción, asesinatos, intentos de atentado, secuestros, etc., el paso fundamental que convierte esos aspectos en mentira creíble, es decir, en literatura. El tratamiento de los personajes, tanto los protagonistas como los secundarios, está descompensado. El efectismo de las diversas tramas, que ahorraré al posible lector, no son capaces de configurar un espacio narrativo sólido. Las palabras, como dice en cierta ocasión el narrador, “eran murmullos perdidos entre los altavoces que a su vez fundían sus mensajes entre sí, en una suerte de disonancia protectora de secretos y pactos.” Pero no es ese “murmullo sin término”, como definía Foucault la literatura. Aquí, lamentablemente, hay término.
Dos consideraciones más. Primero: hubiera dado a la novela otras posibilidades explotar con mayor ahínco el paralelismo entre el león que se escapa de su jaula y que pulula sin que el lector sepa hacia dónde y el protagonista, León Ferrara, (nótese que lo explícito en los nombres queda, precisamente, sin resolver). Segundo: uno tiene la impresión que no basta para echarse al monte de la novela colocar una palabra detrás de otra. Es imprescindible trabajar el lenguaje. Es decir, que el lenguaje sea también personaje de la novela, protagonista o secundario pero, al cabo, personaje. Es, quizá, en este punto en el que podemos mantener cierta esperanza por algunos momentos en que el lenguaje da el salto, y eso hace que podamos archivar esta obra de Sampayo, pero no su nombre.