En alguna ocasión César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) ha dicho que en todos sus libros hay un núcleo, aunque sea pequeño, de “literatura auténtica”. El autor de Ema, la cautiva indica con estas palabras la duplicidad de un gesto de vanguardia, siempre tan cercana en todo lo que escribe. Esperando de él la mejor de las prosas, la inteligente manifestación de un narrador verosímil y una buena historia, Aira nos presenta la posibilidad de que buena parte de su textos estén repletos de literatura que no es auténtica, ¿de “mala literatura”? Aira siempre pretende desorientar al lector y, lo cierto, es que lo consigue. Bajo la piel de cordero que sus narraciones decimonónicas dibujan, siempre en Aira existe la posibilidad de estar presentando en realidad un texto audaz, provocador, arriesgado: vanguardista.
Canto castrato es una larga novela lo cual ya es una provocación per se. Sus textos hasta ahora siempre habían sido breves, relatos amplificados, novelas cortas. Aquí Aira mantiene el tipo con bastante solvencia, aunque su registro más apropiado siga siendo un texto más corto. En casi trescientas páginas dibuja un tapiz situado a mediados del siglo XVIII. Nápoles, Viena y San Petersburgo son las estaciones que el narrador recrea en busca del castrati más famoso del momento: el Micchino, cuya voz “era un martillo divino que daba en el preciso centro del anillo de cristal y ese golpe asombroso volvía a repetirse una y otra vez, con una suavidad vertiginosa. Una vez traspuesto cierto umbral, todo era repetición, y la repetición se volvía un corazón de cristal que latía y que él debía encender con su aliento.” Aira recrea todo un mundo en torno a la música, que es también una lúcida reflexión sobre el sentido del arte hoy día: “Me pregunto si acaso una obra de arte pasa nunca de ser un esbozo incierto… Sólo cuando uno domina las apariciones fugaces de la eternidad, se vuelve maestro de su arte; entonces la obra soñada se hace real.”
La novela se lee como un encomiable mecanismo de intriga política, que Aira ha sabido moldear con destreza y sutilmente. En la cúspide de los más altos poderes, el Micchino no sólo lucha por regresar al canto, sino que trata de rescatar a la pequeña Amanda, víctima de un matrimonio infeliz en San Petersburgo. Es la tercera parte de la novela la que nos parece más perfecta. En forma epistolar, con un tono sobresaliente, y felices hallazgos de prosa lírica, siempre vinculada a la exitosa capacidad de Aira en las descripciones, el autor argentino cierra una novela que nada añade a su carrera literaria, pero que ratifica las obsesiones de un escritor extrañamente fecundo.