Si desde su flamante nuevo periodismo Truman Capote pudo relatar en A sangre fría como novela de no ficción los terribles hechos acaecidos en 1959 en Kansas que acabaron con los cuatro miembros de la familia Clutter, Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) cuenta desde la ficción pura una serie de muertes que se sucedieron en Dryden, Ithaca, a mediados de los noventa. Según nota final la historia es verídica, pero la intención de Paz Soldán es literaria, no cabe duda.
La lectura del dossier periodístico que narraba la historia real de las cheerleaders asesinadas por un tipo de lo más normal sacudió la mente de Paz Soldán y cuando en 2004 empieza a tener las voces de las adolescentes de Madison asesinadas ya sabía que tenía armada una novela que juega fuerte en lo estructural. Porque buena parte del mérito de este relato dantesco está en el cruce hábil y continuado de las voces que se van sucediendo unas a las otras, como un eco desesperado y desesperante de los vivos y de los muertos. Está la voz de Amanda, la del asesino Webb contador de chistes, la brutal recreación en forma de monólogo angustiante de Hannah que uno hubiera querido que durara para siempre, que no terminara nunca, la de Yandira que muere por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada, la del Enterrador que hará de su mote su vida… Todos son personajes de su tiempo: beben en Starbucks, escuchan música en sus Ipods, navegan por la red y tienen sus encuentros virtuales en MySpace o en Facebook.
Convertido en un lugar fantasmal Madison irá despertando a la pesadilla que acecha en todos los lugares del planeta: “Hubo más entierros y lágrimas, más caras angustiadas que se preguntaban si la serie de muertes trágicas terminaría alguna vez. La ciudad, siempre fantasmal, se había convertido en un cementerio.” Novela desoladoramente actual Paz Soldán convierte a Madison en un lugar del mundo que es todos los lugares del mundo.
Como si de una apuesta a medio camino del retrato psicológico y del estudio sociológico se tratara Paz Soldán no construye ni uno ni otro, no cede a la pluma periodística, no construye sólo la radiografía del mal en estado puro como una angustiada oscuridad, sino que convierte esos hechos por la magia de la escritura en una potentísima recreación literaria que deja atónito al lector y logra convertirlo en un espectador más meditando sobre el silencio de las pérdidas que a todos nos habitan.