La chilena Marcela Serrano (Santiago de Chile, 1951), nos presenta dos obras: Lo que está en mi corazón –flamante finalista del premio Planeta 2001- y Un mundo raro.
Lo que está en mi corazón es una novela protagonizada por una sola voz, la de Camila, personaje que aglutina las voces de todos los personajes. Todo acontece desde su percepción. Es esta, evidentemente, una novela en la que importa la (femenina) voz íntima que va susurrando al oído del lector la historia de un personaje enfrascado en mostrar, en un reportaje periodístico, qué hay y qué sucede en el conflicto de Chiapas. Con ser esto, el relato de una “larga y enredada historia”, la novela construye una lúcida reflexión en torno al problema político de Chiapas pero lo que importa es el análisis íntimo, sobrio y veraz de los entresijos que pueblan, a borbotones, el corazón de la protagonista. Una mujer siempre en perpetuo movimiento por sobrevivir al mundo que le rodea y al mundo del “maldito deseo, tan mezquino, siempre dispuesto a asomarse cuando aún no se consuma y tan avaro de su memoria cuando por fin se ha saciado”. Cohabitar ambos y hacerlo a la vez es el afán de Camila que, como las mujeres mayas cuando terminan sus relatos, desea que el contenido de la historia sea “lo que está en mi corazón”.
En el primer relato de Un mundo raro, “El amor en el tiempo de los dinosaurios”, título con evidentes reminiscencias de García Márquez, la escritora chilena narra las vicisitudes de un hombre anodino y gris, preocupado en cumplir las expectativas personales y profesionales, en torno a un nuevo cargo como interventor en su colegio electoral. La vida íntima y personal de Pedro Ángel Reyes, es interferida por la vida colectiva, social y política de sus conciudadanos. Una sensación de extrema desnudez, perfectamente dibujada por Serrano, gira alrededor de Reyes, cuya vida “es como la sensación de andar descalzo”. La historia de este relato es la historia de cómo ese hombre que es todo lo que se quiera menos un “animal político” cae no sólo porque los suyos caen en las elecciones. Su derrota es también una derrota personal e íntima que tiene su calculado contrapunto con la pérdida de Carmen Garza, su mujer.
“Sin Dios ni ley” es el relato de una madre, que lucha por su hija, y para que la violación de la que es objeto no quede impune en su memoria personal. Su empeño está en que olvide para que el estigma quede convertido en ceniza: “El estigma, hija mía. Si se supiera, la mancha quedaría en tu nombre y en tu cuerpo para siempre… No, Sara Alicia, no te mereces eso. Ningún ser humano se enterará, de ese modo tú olvidarás. Lo que no se verbaliza no existe. Olvidarás” El aliento personal de la madre, uno de los logros de este relato, reside en que en la desgracia no se puede acudir ni a Dios ni a la ley.
¿Qué tienen en común ambas obras? La indagación de los personajes y la voz rectora que acude al texto: libérrima voz omnisciente que permite al lector asistir a un mundo narrativo coherente, con un ritmo muy pautado, casi confesional, y una clara intención por anotar, intermitentemente, los entresijos de la intimidad. Si a ello le añadimos un seductor manejo de la comunicabilidad de la escritura tendremos a la escritora chilena en estado puro.