Ariel Dorfman, nacido en Buenos Aires en 1942, ciudadano chileno y profesor en la Universidad de Duke, vuelve por sus fueros, tratando de mostrar los entresijos entre el poder, en cualquiera de sus formas modernas, y la identidad, esa grieta bajo la que aparece un hombre occidental encorsetado por el sistema capitalista y que tan buenos resultados le ha dado. Sobre todo, en La Muerte y la Doncella, obra teatral que Roman Polanski llevó al cine.
El aliento que respira Terapia no es otro. Graham Blake dirige con enorme éxito una multinacional llamada Clean Earth, pero no todo lo que aspira el propio Blake es aire limpio. Súbitamente, su vida interior se inmiscuye en su triunfante trayectoria exterior, lo que produce un movimiento de todos los cimientos que alientan sus decisiones. Debe detenerse, y lo hará en la clínica del doctor Tolgate, quien le propone una terapia un tanto perversa. Si hasta ahora sus decisiones podían acarrear la desdicha de sus trabajadores, ahora puede convencerse de que esas decisiones pueden ser tomadas desde su parte más humana. A través de las cámaras que Tolgate sitúa en la casa de una familia de su empresa, Blake podrá hacer y deshacer a su gusto, como los antiguos dioses capaces de controlar los destinos de los hombres (Blake puede “ser su Dios, desatar sobre ellos un guión, una escenificación”). Pero lo que era mera ficción, ese teatro del mundo que el espectador privilegiado Graham Blake contemplaba poderosamente, ahora es la única realidad. El juego más destacado de Terapia es esa sugerente fusión entre lo real o irreal, esa frontera que separa la ficción y el teatro de eso que llamamos realidad. Blake ingresa en esa terapia porque la trayectoria de sus decisiones hacían pensar en un hombre despojado de la humanidad que le emparenta al común de los mortales. Pero nada hay de humanidad en un hombre que sólo busca despedir de su empresa a sus empleados y no sufrir por ello.
Terapia dibuja unos argumentos alusivos a un contexto de los más actual: el dilema moral y el sentimiento de culpa por determinadas decisiones. ¿Puede un hombre -poderoso- hacer el bien? Pero Dorfman olvida los matices en unos personajes excesivamente maniqueos que no convencen y en una escritura frágil que sólo se fortalece, líricamente, cuando Blake se dirige Roxanna, su amada. El escenario de Terapia, lejos de orientar su fuerza a una catarsis capaz de producir un texto plagado de resonancias y no sólo calderonianas, sino también mucho más prosaicas como “El gran hermano”, no soportaría una segunda lectura. Dorfman ha escrito una obra sabiendo perfectamente qué clima quería dibujar y qué personajes representarían los argumentos, pero no consigue plasmar sus intenciones en este texto.