Al principio fue la ficción o el arte de contar: el Génesis, Homero, Las mil y una noches, los grandes mitos de la creación, las sagas de los Nibelungos, la historia sagrada, el Quijote y tantos otros. Pero en el siglo XX hay un territorio llamado Macondo que es parada obligada para llegar al reino de los cielos. En el paraíso de la literatura de todos los tiempos brilla con luz propia la troupe de los Buendía, linaje que anda suelto por continentes, países, ciudades, barrios, casas, habitaciones y bibliotecas. Aquellos que pudimos perder por el camino el plaisir du texte redescubrimos que la ficción nos había vuelto a ganar, pero ahora de la mano de un bigotudo colombiano portentoso que había construido una novela embriagadora convertida en un océano de sensaciones que nunca antes habíamos leído y que, no obstante, reconocíamos como propias. Ese periodista que trabajaba en una agencia de relaciones públicas y que era guionista de cine dedicaba largas noches de insomnio a llenar su cabeza de cien años de recuerdos personales que se convertirían en un libro único cuyo peso corporal iba creciendo a la misma velocidad que sus obsesiones: el tiempo, los mitos, la repetición y una visión cíclica de la historia.
El profesor José María Valverde en su prólogo a Ulises de James Joyce recomendaba que “la mejor manera de leer Ulises sería zambullirse directamente en sus páginas dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra.” Esta es también la exhortación imprescindible para leer Cien años de soledad: hacer familiar un mundo extraño, pero íntimo.
La inteligencia de García Márquez no sólo estriba en haber sacudido con su escritura la literatura del siglo XX, sino que ha echado cabos hacia el pasado, el presente y el futuro de la literatura asegurándose así entrar en el Olimpo de los dioses.
En el pasado le esperan para rendirle homenaje los autores sobre los que él edificó su libro. Ahí está Rabelais y Gargantúa y Pantagruel, Cervantes y el Quijote, Kafka y La metamorfosis, Hemingway y El viejo y el mar, Juan Rulfo y Pedro Páramo, Albert Camus y La peste y todo Faulkner. Esos autores son la antesala de Cien años de soledad: el laboratorio sobre el que este mago del lenguaje construye la ficción de los Buendía.
Capítulo aparte merece la literatura secundaria sobre la novela que convirtió el “realismo mágico” en algo más que un sintagma académico. Si alguien abriga la necesidad no sólo de seguir leyendo sus ficciones, ha de saber que la ingente bibliografía sobre García Márquez y, particularmente, sobre Cien años de soledad, ha adquirido a día de hoy dimensiones gigantescas “como huevos prehistóricos”. Leer la bibliografía sobre su literatura es una tarea condenada a cien años de soledad. No debería extrañar entonces que en 1979 se presentara en la Universidad de Virginia una tesis doctoral titulada Gabriel García Márquez juzgado por la crítica: una bibliografía analítica y comentada, 1955-1974, en la que la autora, Bianca Osorio, pasa revista a todo bicho académico viviente que tenga que ver con el niño de Aracataca. Cuéntese además que no hay lengua literaria que no conozca una traducción de este texto: el inglés, el francés, el italiano, el alemán, el portugués, el noruego, el catalán, el búlgaro, el croata, el checo, el ruso –que saldría con recortes al texto original por contener episodios de carácter erótico-, el servio, el yugoslavo, el japonés, el lituano, el finlandés, el húngaro, el rumano, el eslovaco, el sueco, el turco, el holandés, el polaco, el danés, el estonio o el iraní pueden dar cuenta de ello.
Buena parte de la crítica no se ha equivocado y ha dedicado esfuerzos titánicos a esclarecer uno de los temas fundamentales de su obra en general y de Cien años de soledad en particular: el concepto del tiempo. Es el tiempo cíclico de las historias que no nos importa escuchar y leer una y otra vez, el tiempo de los grandes mitos como la edad de oro o el paraíso perdido. Un tiempo presente desde los mismos títulos de sus cuentos y libros (‘La siesta del martes’, ‘Un día de éstos’, ‘Un día después del sábado’, ‘El mar del tiempo perdido’, La mala hora, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada). Es en este sentido que Michael Palencia-Roth ha escrito un libro decisivo: García Márquez. La línea, el círculo y las metamorfosis del mito (Gredos, 1983) y que Carmen Arnau ha escrito otro descifrando la importancia de la infancia en esa novela en su estudio El mundo mítico de Gabriel García Márquez (Península, 1971). El profesor Jacques Joset, autor de la única edición crítica sobre Cien años de soledad (Cátedra, 1999) y de un pequeño y delicioso libro titulado Gabriel García Márquez coetáneo de la eternidad (Rodopi, 1984) es un belga exquisito y sabio que lo sabe todo sobre ese libro. En el mejor tratado sobre la técnica narrativa de García Márquez en Cien años de soledad, Josefina Ludmer ya demostraba que la clave del libro es la lectura simétrica: “Tiene veinte capítulos sin numerar; los diez primeros narran una historia; los diez segundos la vuelven a narrar invertida.” (Cien años de soledad: una interpretación, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1970.).
Pero si el lector quiere saberlo todo sobre García Márquez sepa que hay un libro de un tal Mario Vargas Llosa titulado García Márquez, Historia de un deicidio, publicado en 1971 por Barral Editores (y reeditado ahora para las Obras Completas del autor de La casa verde que Galaxia Gutenberg ha recuperado) que es todo lo que usted quiso saber sobre García Márquez y nunca se ha atrevido a preguntar: es el Libro sobre el Libro. Si son curiosos empedernidos les dejo el texto más completo sobre la vida de novela que ha llevado García Márquez: de Dasso Saldívar lean García Márquez: el viaje a la semilla. La biografía, en Alfaguara, publicado en 1997.
En el presente, el arte de la fabulación que García Márquez nos ha legado para siempre no ha caído en saco roto. No ha sido profeta ni en su tierra ni en su continente, pero fuera de él el territorio de Macondo se extiende como lava literaria que llama a la puerta de algunos de los más reconocidos narradores contemporáneos. Son los libros herederos y réplicas coetáneas e inexplicables sin la existencia de Cien años de soledad.
Cuando lean Hijos de la medianoche de Salman Rushdie sabrán porqué ese libro es el eslabón perdido entre toda América Latina y la India. Al cerrar La república de los sueños de Nélida Piñon comprenderán porqué esta narradora brasileña tiene como libros de cabecera toda la obra de García Márquez. Cuando se abalancen sobre Robert Coover descubrirán que en un artículo titulado “La voz del maestro” afirmaba que Macondo existe y que se ha convertido en una región “geográficamente más verosímil que Bogotá y Barranquilla”. Lean, lean a Thomas Pynchon, a Toni Morrison, a Donald Barthelme o a John Fowles y estarán haciendo un homenaje secreto al genio de Aracataca. Feliz viaje.