Ernesto Sabato (Rojas, Buenos Aires, 1911) lleva tiempo denunciado el precipicio en que se encuentra el hombre contemporáneo: “En medio del miedo y la depresión que prevalece en este tiempo, irán surgiendo, por debajo, imperceptiblemente, atisbos de otra manera de vivir que busque, en medio del abismo, la recuperación de una humanidad que se siente a sí misma desfallecer.” Como don Quijote, sabe que ese desfallecer es la tónica, pero lo acepta sin desánimo.
Tres han sido sus incursiones en la narrativa, aunque Sabato pasa a la historia de la literatura por Sobre héroes y tumbas (1951). Ahora se completa el círculo con este libro que forma también una trilogía ensayística junto a La resistencia y a Antes del fin. Lo que Sabato ofrece al lector es una honda reflexión –personalísima- como viajero y conferenciante. Un hombre que viaja por España, pero que no puede olvidar a su país. Un hombre que se sabe a punto de desaparecer y que, no obstante, sigue en la brecha para contar que el hombre anda necesitado de autenticidad. Emblema de una moral que no se destruye ante nadie ni ante nada, pero que muestra las fisuras y las contradicciones de un hombre débil y que se sabe muerto, Sabato nos devuelve la esperanza de la desesperanza. Su testimonio es el de un hombre que celebra la estéril lucidez de la propia conciencia y la ofrece como la “ruina de su propia inteligencia”.
Sabato es el escritor que no elude la tarea de comprender al otro desde el dolor y el sufrimiento, que siempre está atento a la voz de los más desfavorecidos. El libro se completa con las palabras que le dedicaron Rafael Argullol, Pere Gimferrer, Félix Grande, Fanny Rubio, Claudio Magris y José Saramago y que dan cuenta de un hombre que renunció a la objetividad de la ciencia para adentrarse en la incertidumbre de un destino literario que ha celebrado “el trabajo creador”, “los amigos verdaderos” y “el sentido de la existencia”.