Para Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) los límites entre la historia y la ficción ya no tienen sentido. Su literatura, llámese relato, novela o periodismo narrativo -del que es un exponente mayor- ilumina la reciente historia argentina en una tarea que desmadeja los hilos del poder haciendo estragos tanto en los verdugos como en las víctimas.
A quien corresponda entronca con una tarea titánica que Caparrós lleva años trabando, especialmente en su monumental La voluntad, en colaboración con Eduardo Anguita. Si allí la narratividad era histórica, si la disciplina del discurso era científica, aquí, en A quien corresponda, la voz y la técnica exhibida, inspiradísimas ambas, resultan plenamente literarias, si se me permite la expresión. En una suerte de arqueología argentina, Caparrós ha construido una ficción franqueada por una dictadura que hace emerger toda la verdad de un país en busca de su propia memoria.
Si Carlos no sabe si le interesa conocer lo que sucedió con Estela cuando los militares la hicieron desaparecer, si lo que en realidad no sabe es si quiere o no vengarse de la tortura y de la muerte que alcanzó el cuerpo de su mujer (“Llamarlo latortura no muestra –no permite siquiera sospechar, en su esplendor rabioso- la escena de mayor poder que un hombre puede ejercer sobre algún cuerpo: tanto poder que sólo puede ejercerse sobre un cuerpo ajeno.”), si lo que no soporta es que el padre Augusto Fiorello, asesinado, fuera un tranquilizador de almas asesinas, es porque Carlos no sabe “cómo enfrentar tanta derrota”. Su dilema es el de la víctima a punto de ser verdugo. Es la tragedia de un hombre que se da cuenta de que su vida “estaba llena de muertos pero vacía de cadáveres.”
Un texto mayor, con una voz potentísima y de una rara intensidad. Una novela hecha de silencios.