El autor argentino Rodolfo Fogwill (Buenos Aires, 1941) es conocido en España tan solo por un libro de relatos, Cantos de marineros en La Pampa, Mondadori, 1998, pero en su país algunos libros de poesía, numerosas antologías de relatos y siete novelas le contemplan. Nuestro comentario se dirige a su octava y más reciente novela, La experiencia sensible. Es esta una novela que narra un viaje de vacaciones que un matrimonio argentino, los Romano, realiza a Las Vegas, en enero de 1978, junto a sus dos hijos y Verónica, la chica que llevan consigo para que vigile a sus hijos.
Las Vegas se erige en el centro de la novela no sólo como escenario de las vacaciones de los Romano, sino como espiral en la que el narrador hace circular numerosas digresiones que hacen de esta novela un discurso sobre el azar. Sin duda, lo más destacable de esta novela reside, precisamente, en esa digresiones a la manera de Sterne y que acercan el libro, por momentos, al tono ensayístico. En Las Vegas –léase, la ciudad moderna-, las historias se suceden, y los Romano en su hotel Paradise parecen ser los únicos que las contemplan para retenerlas en el recuerdo: “Pero en una ciudad concentrada en el juego, que es una máquina conectada al futuro, a nadie le interesan los relatos del pasado, y nadie tendría oportunidad de ponerlos a prueba cuando aún están frescos en la memoria.” La lucha que esta novela ejemplifica a la perfección, en ocasiones exasperante si lo que se busca es, por azar, el hilo de una historia lineal, está en lograr una palabra capaz de doblegar el juego (¿de la literatura?, ¿de la vida?) que parece presidir toda la acción narrativa: “La ausencia de una palabra en el mejor de los casos es un instante de vacío en la memoria. En el peor, un vacío en el saber.”
La experiencia sensible ahonda, en definitiva, en mostrar que las condiciones que determinan el éxito de Romano estriba en “un juego raro” que preside todas sus actuaciones y todos sus éxitos, mientras que otros, los desdichados, “maldicen su suerte”. Fogwill ha construido un texto narrativo interesante que permite al lector recuperar las condiciones que hacen posible el diálogo entre, por ejemplo, el turismo moderno, los casinos de Las Vegas o la resurrección de la carne. La única posibilidad de fidelidad a esas “experiencias sensibles” y, en ocasiones, excéntricas es la de mostrar que el juego literario debe aunar lo digresivo con lo progresivo. La Experiencia sensible cimenta su propuesta narrativa en esa mezcolanza y textura híbrida donde la historia viene en con-fundirse con el comentario. Todo bien agitado en la conciencia del lector –al que Fogwill nunca deja de enfrentarse- para que finalmente pueda preguntarse “¿por qué se juega?”. O por qué se lee.