En sus Seis propuestas para el próximo milenio Italo Calvino vaticinaba una serie de “valores, cualidades o especificidades” sobre la literatura del futuro: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Todo ello como signo inequívoco de una nueva literatura para una época irreconocible. Algunos escritores buscan la exactitud en el lenguaje, tratando de aligerar el peso de la existencia; otros, privilegian la inmediatez y la fugacidad de la existencia en una escritura que no renuncia a desenmascarar la fuerza inapelable del pasado, pero sin vincularse a una realidad que sorprenda o cuestione.
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se vincula al segundo grupo. Novelista, cuentista, traductor y crítico literario, Vásquez es un escritor que no pertenece a ningún cenáculo. Como los personajes que pululan en Los informantes es un ciudadano del mundo que está exiliado de sí mismo en una realidad provisional que enmascara una literatura de cómodo acceso: se acabaron los lectores cómplices empeñados en desentrañar un lenguaje cifrado en un mundo novelesco total. En Los informantes es capaz de construir un texto donde se vive el vértigo del presente: la lectura –ágil, alejada del realismo mítico, con una notable fuerza en la descripción de la interioridad de los personajes y con un narrador poderoso capaz de construir el sentido desde su voz omnisciente, desde sus inspirados diálogos o desde un monólogo interior excelente- permite adentrase en el universo mental de Gabriel Santero: su primer libro desatará una tormenta de emociones y será una caja de resonancia en la vida de su padre, su feroz crítico traicionado por las palabras de su hijo. Desde una escritura más anglosajona que hispánica, con una voz narrativa siempre atenta a los intersticios de las emociones, con hallazgos estilísticos continuos-“los hombres dependen de la voluntad de las piedras y de los troncos y de las casas de adobe o de ladrillo hueco para no desbarrancarse.”-, Vásquez es dueño de una escritura que habrá que tener muy en cuenta si queremos conocer la sensibilidad de un mundo escéptico, yermo y absolutamente nuestro.