El escritor colombiano Antonio Ungar (Bogotá, 1974) se ha alzado con el Premio Herralde de Novela con un thriller esperpéntico, satírico y llamado a convertirse en el primer escalón representativo de una trayectoria literaria a la que habrá que estar muy atento. Escrito con una dicción inusual, y con un narrador al que más que leer escuchamos, el libro no es otra novela sobre dictadores, a pesar de que a la sombra del argumento principal siempre esté el presidente de la ficticia República de Miranda, don Tomás del Pito.
No espere el lector de este asombroso maratón un sutil retrato del dictador, ni de sus secuaces. El anverso y el reverso del libro se ocupa del protagonista y narrador José Cantoná que guarda un parecido físico asombroso con Pedro Akira, el opositor del presidente y que le disputa el poder. “Una cosa llevó a la otra”: tras el asesinato del líder del Movimiento Amarillo, Cantoná deberá suplantar la identidad de Akira, iniciándose una deriva argumental que provoca un sinfín de acontecimientos, acicalados con la sempiterna historia de amor imposible entre él y su Ada, ambientados todos en un país de maravillas que no es ningún país y que es todos los países. No crea el lector que sólo las Repúblicas bananeras latinoamericanas pueden y deben mirarse en el espejo de esta novela, porque en todos los países, incluso en los civilizados, cuecen habas.
No es sólo que Tres ataúdes blancos deje atónito al lector en una serie de secuencias divertidísimas y trágicas a la vez, cuando no calladamente sangrientas -ah Colombia, ah Humanidad-, sino que el narrador se refugia en una sabiduría inusual para convertirse en el hijo pródigo que salvará a un país de humillados y ofendidos.
Inocencia, espanto y miedo son los tres ataúdes blancos del funeral de Papá Estado que Ungar ha sabido pergeñar con una mezcla airada de alegría y pavor. Que el tema esté manido, que el asunto de la violencia sea archiconocido hacen de esta novela una isla inaudita a la que llegamos sedientos, pero raramente felices. Albricias entonces para un escritor que cuenta lo de siempre –esa violencia atábica que nos ronda una y otra vez- venciendo al lector con ingenio, ritmo y humor. Un verdadero placer.