Es posible que una novela nazca del poder solitario de una voz. O de una mirada. Nadie me verá llorar ilustra cómo se debe plasmar narrativamente los espacios que van de un lugar a otro. Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964) es profesora de Historia Mexicana en San Diego State University y autora de relatos, poemas y de otras novelas, Desconocer y La cresta de Ilión. Con Nadie me verá llorar esta escritora consiguió el Premio Nacional de Novela de México en 1997 y el Sor Juana Inés de la Cruz en 2001 y desembarca en España.
Tras un fresco narrativo que plasma el México gobernado por Porfirio Díaz, Rivera Garza relata en realidad la historia perdida de un cruce de voces y de miradas. Las voces encarnan a Matilda Burgos un personaje “destinado a morir sin dejar huellas, alguien que se ha doblegado ante el olvido o ha elegido voluntariamente el descanso.” Es el retrato de esta loca el mayor acierto de la novela. Las miradas representan a Joaquín Buitrago, fotógrafo de prostíbulos y de los internos donde vive Matilde, el manicomio de La Castañeda. De la mano, ambos sondearán sus propios pasados.
Explorando el lenguaje de los disidentes y de las voces excluidas, Nadie me verá llorar es un texto polifónico, un discurso más ocupado por dibujar las periferias que los centros. Una pequeñísima porción de la historia de México -La Castañeda- ilumina y recrea toda la historia de la topografía mexicana. La pretensión no es otra que poner en duda las versiones oficiales de la modernidad a través de esos dos personajes que encarnan la exclusión social. Pero también se cuestiona la oficialidad de un discurso como la psiquiatría. Esa otra pequeña porción quiere cuestionar la epifanía de su escritura. Rivera Garza explora con acierto una pluralidad de registros entre los que se desparrama el lenguaje. La suya es una escritura que tensa el recorrido entre lo decible y lo que no puede ser dicho, entre lo público y lo privado, entre la realidad y lo mágico. Con un estilo que está en las antípodas de la concisión, Rivera Garza presenta las credenciales de una narradora subyugante y cautivadora.