Es difícil separar la máscara del rostro. En el carnaval de la literatura siempre hay un farsante, una máscara y un disfraz. Apenas podemos saber, antes de que la fiesta concluya, con quién hemos estado bailando, quién es aquel embaucador que tanto conversa y, en fin, quién eres tú. Sergio Tabucchi en su memorable presentación a Tríptico de Carnaval se pregunta: “La esencia de lo Verdadero ¿se halla en lo que está bajo la máscara o en la propia máscara?” Es evidente que aquí el fingidor es Sergio Pitol: finge que escribe cuando lee; y cuando lee, siempre está escribiendo. Entonces Sergio Pitol ¿es un lector o es un escritor? Tú, lector, en medio de tal torbellino, sólo quieres saber qué está sucediendo, adónde van tantos personajes dispares, por qué las historias se entrecruzan. Quieres tener una lectura reposada, una historia con un inicio y un final. No ves con buenos ojos que Pitol en El tañido de una flauta y en estos Juegos florales se dedique una y otra vez a marear la perdiz. Estás cansado de tanta fuga, que tanto personaje esperpéntico sobreactúe, que el argumento estalle en tus manos sin saber cómo. Desconoces porque tienes la sensación de no estar leyendo dos novelas. Percibes que aquí de lo que se trata es de hacer el cuento, escribir ensayos que parecen novelas, novelas que son teorías literarias sobre cómo escribir un libro, cómo pintar un cuadro o cómo sostener varios argumentos en una sola ficción. Lees tramas que se van forjando ante tus ojos, pero no sabes el hilo secreto que las une. En una y otra obra asistes impertérrito a historias truncadas que tienen a bien aparecer y desaparecer sin orden ni concierto.
Pero sí: lo único que sabes es que has estado leyendo el laboratorio del fingidor Pitol. En esas dos novelas primerizas asistes a los íntimos mecanismos que le han permitido construir un universo literario de absoluta desconfianza para consigo mismo y para el lector.
Ahora está leyendo otro libro de Pitol, pero que no lo escribe él. Ahora sólo estás leyendo cuentos: te está presentando a su propia tradición. Lees a sus adorados escritores rusos (Gogol, Chéjov), a Borges, a Kafka, al escritor que amaba la Forma –Gombrowicz-, a Faulkner, a Onetti, Rulfo y Cortázar, al rarísimo Felisberto Hernández, a su querido Monterroso. Crees estar leyendo a su admirado Henry James. Cierras Los cuentos de una vida y estás confundido. Entre tanta música y tanto baile de escritor tienes la secreta convicción de haber estado leyendo a Pitol, que es un mentiroso, porque está escribiendo bajo la máscara de estos escritores sus tramas imposibles y paródicas que se unirán con alevosía en los argumentos que cierran esas Obras reunidas. Vasos comunicantes. Creías tener las cosas claras. Pero no. Habías oído hablar que no se debe confiar en los extraños y todavía menos en los mentirosos. Pero no sabes cómo has ingresado en el desamparado cenáculo de aquellos que admiran a un lector que se hace pasar por escritor. Admiras a un fingidor, no quieres conocer su rostro, pero sí bailar con él.