La poética de Marío Bellatin anhela la brevedad, la depuración estilística, la restricción y el gesto posmoderno. Sus minúsculos libros –recurriendo, si el lector nos lo permite, al deslumbrante libro de Pierre Michon Vidas minúsculas, ay, qué lejos- pertenecen a un tipo de literatura que nunca pretende abarcar un mundo, ni siquiera la brevedad de un mundo que sólo significa algo para Bellatin si es reflejado como un átomo, como un indicio de un mundo por armar. Así lo constatamos cuando leímos Lecciones para una liebre muerta, también en Anagrama.
Ahora nada es distinto: estas Damas chinas celebran la misma poética, pero con resultados muy distintos. Siempre parece ser saludable que los escritores arriesguen, pongan patas arriba la tradición y lancen sus dardos envenenados lo más cerca posible de lo real. Parece evidente que Bellatin aspira a situarse en una poética que se sabe posmoderna, pero que está lejos de autores como Barth, Barthelme o del mismísimo Gaddis. En este libro la tentativa es fallida, los resultados inciertos y entonces asoman las dudas. ¿Por qué las dos historias que aquí se cuentan –la del ginecólogo en la primera parte y la del niño con la anciana en la segunda- el lector no puede aprehenderlas?¿Por qué el significado de las dos narraciones se rompe en mil pedazos cuando aquel mismo lector, impertérrito por sostener el sentido que no llega, lucha a brazo partido con el espíritu de la letra y éste no responde?¿Por qué otra vez el mismo lector, inasible al desaliento, pretende buenamente comprender el libro y no lo logra?¿Por qué el título de Damas chinas alude a no se sabe qué que confieso incapaz de explicarles? En el matraz de Bellatin un texto que nos arruina con una última pregunta que asoma al cerrar el libro: ¿y?