Nació el jueves 24 de agosto de 1899 en la calle Tucumán de Buenos Aires en las primeras horas de una helada mañana invernal. Creció admirando a su abuela inglesa, Fanny Haslam en el barrio de Palermo en una casa con “una biblioteca de ilimitados libros ingleses”. Una de las primeras novelas que leyó completas fue Huckleberry Finn de Mark Twain. Después vinieron Los primeros hombres en la luna de H. G. Wells, los poemas y relatos de Poe, La isla del tesoro de Stevenson, todo Dickens y Shakespeare, La Divina Comedia, Lewis Carroll, las Mil y una noches en la traducción de Burton, libros sobre mitología escandinava, el Facundo de Sarmiento y dos enciclopedias: la Chambers y la Británica. Provocaba afirmando que su primera lectura del Quijote fue en inglés y que cuando después lo leyó en español esa relectura “le pareció una pobre traducción”. Creció sabiendo que su destino sería literario o no sería. Recorrió todos los anaqueles de las bibliotecas para diseñar una literatura imposible llena de notas al pie de página a libros inexistentes de autores universales o comentarios secretos a autores imaginarios de libros reales.
Cuando su padre se jubila en 1914 toda la familia viaja a Europa, instalándose en Ginebra donde empieza el bachillerato que nunca acabará. En 1919 se trasladan a España y viven en Mallorca, Sevilla y Madrid. Regresa a Buenos Aires con la esperanza de que el ultraísmo que había conocido en Sevilla fuera la solución a todos sus males.
Le fascinaban los laberintos y le asustaban los espejos. En la hora adulta ese horror atávico le llevó inexorablemente a quedar fascinado perversamente por los dobles, las reproducciones, las copias, los facsímiles o las traducciones. Ejerció “con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante.”
Soportó una miopía aguda desde la primera infancia y tuvo cataratas. A principios de marzo de 1928 sufrió una operación, la primera de ocho que soportaría estoicamente antes de quedar ciego unos 25 años después.
En la Nochebuena de 1938 fue a buscar a una muchacha a su casa. Decidió subir corriendo las escaleras, pero no había luz y se golpeó la cabeza contra una ventana. La herida se infectó y estuvo en cama con fiebre alta. Sufrió insomnio, una noche perdió el habla y tuvieron que operarlo: tenía septicemia. Se debatió entre la vida y la muerte. Para demostrar que no había perdido ni un ápice su capacidad de fabulación escribió el que seguramente es uno de los cuentos más importantes de la literatura del siglo XX y que haría las delicias de los profesores de literatura.
Ha “dicho asombro donde otros dicen costumbre.” Ha frecuentado la amistad como el creyente frecuenta el templo: con disciplina y devoción. Entre la nómina de amigos, su maestro Rafael Cansinos-Assens, Macedonio Fernández, Adolfo Bioy Casares, Ricardo Güiraldes y Xul Solar; el más virulento de sus enemigos, Oliverio Girondo, le robó el amor de su vida, la pelirroja Norah Lange. Ha gozado de la compañía de las mujeres cuanto ha querido, pero ha amado poco. Se casó dos veces: la segunda le proporcionó la felicidad que buscó denodadamente durante toda su vida.
Empezó siendo poeta y murió siendo poeta. En 1941 publica el que con toda seguridad es uno de los libros de cuentos más importantes del siglo XX; en 1949, un conjunto de relatos que contiene el cuento que contiene el espacio que contiene el mundo. Le gustaba polemizar y decir que Lorca era un andaluz profesional. En 1946 el gobierno peronista le humilla al promoverlo como “inspector de aves, conejos y huevos” en un mercado céntrico. No acepta el cargo y renuncia a su trabajo de asistente en la Biblioteca Miguel Cané. No recuperará el honor perdido hasta 1955 cuando es nombrado director de la Biblioteca Nacional. Confundirlo con la entrada ‘laberinto’ del volumen décimo de la Enciclopedia Británica no es imposible. Sus opiniones políticas le costaron el Nobel de Literatura, pero en 1961 conocerá tardíamente el reconocimiento internacional al compartir con Samuel Beckett el premio Formentor. Deja de ser un autor de culto. Muere en Ginebra en 1986 a los 86 años, rodeado de la fama que nunca buscó y jurando que se enorgullecía de las páginas que había leído y no de las que había escrito.