Esta primera novela de Juan Carlos Botero (Bogotá, 1960) puede ser reducida a una receta tan antigua que comprende algunas de las discusiones más relevantes en torno a lo que hoy día consideramos literatura. La cuestión es compleja, pero podemos reducirla a dos argumentos principales. Hay literatura ensimismada en ella misma y en la manera en que se aborda la voz que cuenta la historia y hay otra que dedica todos sus esfuerzos a contar un argumento. A este género tan nómada y sujeto a todos los vaivenes de esta nuestra edad conflictiva, Botero le quiere decir con La sentencia que lo suyo es contar una historia y contarla bien.
Educado en la Universidad de los Andes y en Harvard, Botero recibió en 1986 el premio Juan Rulfo de Cuento y en 1990 ganó en XIX Concurso Latinoamericano de Cuento. En 1998 Ediciones B publicó una numerosa selección de sus cuentos agrupados bajo el título de Las ventanas y las voces.
En La sentencia la historia que se cuenta es sencilla: el buscador de tesoros Francisco Rayo se verá invitado a participar en la búsqueda de un extraordinario botín perdido hace siglos en las aguas del Caribe, bajo la promesa de ser recompensado con una parte suculenta del mismo. Pero deberá trabajar en un tiempo mínimo y bajo condiciones técnicas que dificultarán el hallazgo del tesoro. La historia es lineal y no sufre variaciones en el transcurso de la narración. Francisco Rayo ocupa todo el espacio narrativo y los hechos cumplen la función de indicarnos su carácter, cuando no sus contradicciones y manías. Ello permite que el lector nunca pierda los motivos de la historia, aunque se eche de menos, en ocasiones, que el protagonista modifique las circunstancias y, recíprocamente, que las circunstancias modifiquen al protagonista. En cualquier caso, es de agradecer que Botero plantee una opera prima cuyos cimientos sean la pasión por contar una historia. Borges dejó escrito que un libro es “la entonación que impone a su voz”. Este no es un libro memorable, la historia es la de tantas otras novelas, pero nos las habemos con una entonación capaz de atraparnos en las redes de una buena historia.