Pocos escritores han sabido radiografiar tan sagazmente los pecados capitales del sistema social latinoamericano como José Donoso (Santiago de Chile, 1924). Su literatura es inquietante y está comprometida en narrar el núcleo familiar como foco de conflictos y tensiones silenciosas y el peso melancólico de una inocencia que se esfumó en un pasado imposible de ser reconocido y arruinado por la mano culpable del ser humano. En el mundo de Donoso no hay lugar para la esperanza que, tal y como se dice en Lagartija sin cola, “es una palabra infernal, el comienzo del horror, de lo imposible.”
Donoso explora obsesivamente las relaciones cotidianas entre el individuo y la sociedad con un notable trasfondo de amargura y crudeza. Ahora se presenta en España esta Lagartija sin cola, que renunció a revisar y que abandonó. En nota del editor ello sólo afecta a la precipitación con que la pluma del genial escritor chileno sentenció el final de la historia. Lagartija sin cola huye de la prosa abigarrada y por momentos extenuante de El obsceno pájaro de la noche (1970), pero inyecta en la vida del protagonista, el pintor Antonio Núñez-Roa, las pretensiones que Donoso se planteaba al escribir: destruir lo banal, conjeturar la decadencia, expresada aquí a través de la imagen del turismo como brazo devastador del paisaje de España. La novela ambiciona conquistar una coherencia que se precipita hacia una constante: el turismo como la máscara que cubre lo sórdido y la vergüenza. Se trata, en definitiva, de la imagen de las ilusiones perdidas, de lo que pudo ser y no fue, porque las hordas del turismo avanzan y el desolado Nuñez-Roa no pinta ni puede salvar al pueblo de Dors del impepinable avance de la modernidad.
El pesimismo que gravita sobre esta novela nos devuelve a un Donoso inconsolable y empeñado en mostrar que tras el espejismo de las utopías se esconde el fracaso más pertinaz.