“Las cosas que nos pasan cobran sentido cuando las oímos contadas: recién ahí entendemos. Le decimos a alguien (o alguien nos dice a nosotros) qué nos pasó, y de pronto es eso lo que nos pasó. Una línea imaginaria une esa serie de puntos inconexos y, de pronto, ahí tenemos la silueta. Hasta que otra versión de los hechos conforma una silueta que nos parece más cierta.”
Puras mentiras descansa, sin duda, en lo que estas palabras de la novela indican al azaroso lector que tengan a bien escoger esta nueva entrega de Juan Forn (Buenos Aires, 1959). Como en un constante y fructífero juego de versiones, digresiones y repeticiones en torno a una sola historia, la novela alcanza así una recta intención de confundir al lector no sabiendo, al fin, qué cosa es verdad y qué cosa es invención, dónde está el recuerdo de lo acaecido y dónde reside el poder de la imaginación. A todo ello colabora lo que nos parece una muy eficaz voz narrativa intimista que nos cuenta sin caer en lo sentimental y con la necesaria distancia emotiva, las vicisitudes de una tríada compuesta por Zabala, protagonista principal de la historia, la mujer con la que vivió quince años, “ella”, y Nieves, la niña que conocerá en la Pampa del Mar. Ese pueblo es un lugar enigmático (que recuerda vagamente a Comala, la región de Pedro Páramo) a donde Zabala se dirige en busca de su propio destino, toda vez que “ella” fractura su existencia al abandonarle. Puras mentiras se detiene, afortunadamente, en los entresijos de la historia, no tanto para explicar tal o cual argumento, sino más bien recreándose en mostrar que las relaciones sentimentales gozan de un tempus que la narración, con sus idas y venidas, es capaz de mostrar.
Novela compleja por la superposición de voces que integra, cercana por la voz narrativa que deja fluir la historia, Puras mentiras nos devuelve al sobresaliente narrador que pudimos vislumbrar en 1991 con Nadar de noche. Bienvenida esta novela y la reedición que Alfaguara prepara para el resto de su obra.