Jalonar los hitos históricos del siglo XX ha sido para Jorge Volpi (México, D.F., 1968) un vasto, minucioso y documentado proyecto narrativo en forma de trilogía -“dos tragedias que enmarcan una comedia negra”, como ha declarado recientemente-, que ahora concluye con No será la Tierra.
Si En busca de Klingsor, Premio Biblioteca Breve 1999, Volpi daba cumplida cuenta del compromiso moral de científicos-personajes como Plank, Heisenberg, Schrödingerg o Einstein en una suerte de thriller histórico y reverso ficcional del grandioso libro de Douglas R. Hofstadter Gödel, Escher, Bach. Un Eterno y Grácil Bucle (Tusquets, 1987) y si en El fin de la locura (Seix Barral, 2004) pasó revista a la flor y nata de la intelectualidad europea, con personajes como Foucault, Lacan, Barthes, Kristeva o Cioran forjando un psicoanálisis político y social de la vieja Europa, ahora con No será la Tierra Volpi vuelve por sus fueros para contar al detalle la caída del imperio soviético, coloso en llamas, que se desmorona como cubito de hielo al calor de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar alrededor de la Unión Soviética.
Volpi nos entrega una novela-documento o, si se quiere, un documento histórico agasajado por el poder de la ficción. No será la Tierra está construida con el beneplácito de los hechos históricos y las noticias periodísticas más decisivas acaecidas en los últimos 25 años del siglo XX. La novela rastrea y dibuja el mapa de un pasado convertido en nuestro presente más apremiante. La novela es impecable en la mezcla que Volpi realiza entre los grandes acontecimientos históricos que conmovieron a Occidente durante esos años y la repercusión que esos mismos sucesos tienen en la vida de la bióloga Irina Gránina, de la economista y cabeza visible del Fondo Monetario Internacional Jennifer Moore y de una aventajada experta en inteligencia artificial llamada Éva Halász. La fusión de los horizontes universal y particular dota a la novela de una eficaz y necesaria ambigüedad ideológica. El relato de la tragedia de Chernóbil es, en este sentido, ejemplar: “La bestia había sido encadenada, su veneno se esparcía por la tierra. El viento y la lluvia transportaban sus humores rumbo a Europa y el pacífico, sus heces se sedimentaban en los lagos y su semen se filtraba por los mantos freáticos. El monstruo no tenía prisa, tramaba su venganza con paciencia: cada recién nacido sin piernas o sin páncreas, cada oveja estéril y cada vaca moribunda, cada pulmón oxidado, cada tumor maligno y cada cerebro carcomido celebrarían su revancha.
Este es el mejor Volpi, aquel que no sucumbe al peso de la historia y olvidándola la recrea como si no existiera. En ocasiones, sin embargo, el dato y la cifra lastran en exceso la poderosa voz narrativa de Volpi. No sin pesadumbre el lector sucumbe y aplaude la magistral lección histórica que Volpi imparte, pero suspira recordando la habilidad narrativa con la que había ensamblado historia y ficción en En busca de Klingsor: ¡ay!