Escribir sobre la adolescencia de unas chicas ansiosas por conocer el mundo en un internado de monjas tiene, a estas alturas, unos peligros evidentes. El producto está más que visto -y leído. Es por eso que la lectura de Las poseídas tenía ya de por sí todos los elementos para fracasar: uno se imaginaba ya chicas malditas gozando de su propia formación espiritual y corporal en un desangelado internado donde unas monjas todavía más maléficas les mostraran cuál es el camino, la verdad y la vida. O dicho de otro modo, la típica y ya cansina novela de formación, en este caso, femenina. Pero Betina González (Buenos Aires, 1972) ha sabido jugar sus cartas, aunque no haya salido victoriosa de todas las lides.
Santa Clara de Asís es, efectivamente, el centro de toda la novela, un colegio que se presenta como “un sueño, la inhalación que precede a la muerte, un prólogo a un falso advenimiento.” González ha sabido dotar a su texto de un aire de colectividad en el que no sólo se respira la agitada vida de dos adolescentes, sino también, por extensión, la de todo un país: la Argentina de los años ochenta.
La indudable inteligencia irónica de la narradora le juega, en ocasiones, malas pasadas porque con su pensamiento adulto se convierte en una voz adolescente que sabe demasiado y eso es poco creíble. A pesar de lo dicho, Las poseídas es una novela que ha sabido dibujar el contorno preciso de una intimidad decisiva, un tiempo, si se quiere, que se convierte en la piedra de toque sobre la que se fragua cualquier acontecimiento personal, familiar y social. No es menor el mérito de González haber sabido narrar un clima de maldades adolescentes como semilla de la belleza e, incluso, de un amor nada naif: “La depravación absoluta no está reservada a los demonios. La depravación absoluta es la aceptación de esa verdad que te envuelve con su rara belleza. No hace falta comprender más que esa ley para entrar sin problemas en la música del mundo y su constante negación de la vida.”
La lectura fácil, un cierto clima de intriga, misterio y rebeldía, los aires líricos de la narradora que a veces se desatan y un calculado vaivén entre lo público y lo privado son los ingredientes de una novela escrita por una profesora de literatura a la que habrá que seguir la pista muy de cerca.